Geometría polisentimental

'La mujer geométrica' es una novela que tiene de todo: suplantación de identidad, infidelidad, amor, pasión, sexo y oscurantismo.

Hay quien dice que cuando el amor entra por la puerta el dinero se va por la ventana. En este caso no es el dinero el que se va por la ventana, sino la felicidad, la comodidad, la rutina, a veces tan aborrecible, a veces tan necesaria.

Quizás la novela más célebre de Vicente Marco (Valencia, 1966) sea, paradójicamente, Opera Magna, pero no cabe duda de que La mujer geométrica ha conseguido un estatus narrativo nada desdeñable. Ganador de varios premios literarios en narrativa y teatro —Premio Tiflos, Premio Unamuno, Premio Julio Cortázar, los Premios Hucha de Oro y así hasta medio centenar de galardones, que se dice pronto—, el autor valenciano ha construido en este libro una historia original y llena de giros imprevisibles.

Comencemos por el principio. Humberto y Sara son una pareja que tiene un hijo: Mario, de diecisiete años. Viven en una ciudad indeterminada, en la actualidad, y lo hacen en armonía, económicamente sobrados, hasta que un día Sara descubre un mensaje en el móvil de su hijo que le hace pensar que mantiene una relación sentimental con una mujer mucho mayor que él, alguien que se hace llamar Nat. Este es el móvil de la novela, aunque realmente va mucho más allá y la relación sentimental del joven Mario no volverá a salir hasta el final, cuando romperá la historia primero y al lector, después.

Narrada en primera persona por Sara, esta novela nos presenta dos maneras de sobrellevar el descubrimiento del mensaje. Por un lado, la de Sara, preocupada en exceso, tanto que esa tarde, al descubrir el mensaje, decide no ir a su clase de zumba —oh, vaya—. Por otro lado, Humberto, al que se ve algo más despreocupado.

La mujer geométrica - Editorial Almuzara
Cubierta de La mujer geométrica / Fotografía obtenida de la página web de la editorial Almuzara

Sara sabe pronto dónde encontrar a esa mujer. Es en una academia de arte, donde conoce a una mujer de mediana edad aparentemente normal. Pero se olvida de ella para fijarse en el director de la academia, un hombre que se hace llamar Rodri. Se enamora locamente de él, tanto que toda la armonía anteriormente expuesta caerá como plomo sobre su familia. Se separará de Humberto —aunque sin papeles de por medio— y vivirá una historia de amor cada vez más truculenta junto a Rodri. “Fui en busca de la mujer mayor que había seducido a mi hijo, aterrada ante la posibilidad de que fuera un adefesio, y encontré a un amante para mí, mucho más joven que yo”, llega a decir.

Nos adentramos, así, en la vida y el pensamiento de Sara, que está cansada de tantas actividades de asueto y quiere aventuras, pero no sabe dónde se ha metido y lo que le espera. Se lamenta, en definitiva, de haber sido siempre tan mojigata, se avergüenza de ello. “De nuevo la libertad como el motor de mis actos. Yo, que había nacido para ser esclava de la tradición. De las normas, de la buena conducta, la deseable conducta”, dice, y Rodri será el encargado de llevarla por las más oscuras sendas del amor y la pasión, llegando a amedrentarla y a violarla. Pero ningún miedo ni dolor frenará su amor por Rodri, subyugándola a su voluntad, de la que se arrepentirá finalmente.

Sara se replanteará su relación sentimental y su vida. Humberto la quiere, pero ella ya está harta de varios años de letargo y conformismo matrimonial. La familia se desboca, pierden el decoro y bienestar que poseían y Humberto se va de casa mientras Mario se muestra cada vez más extraño e irascible al convertirse en un adolescente contestón y que no quiere que miren sus cosas. La felicidad familiar se fragmenta por varios flancos sin que nadie parezca poder —o querer— remediarlo.

Rodri tiene un lado oscuro, un carácter despótico y manipulador que saldrá a la luz, salpicando a toda la familia, al final de la novela. Mientras tanto, Mario y la supuesta mujer con la que conversaba quedan en segundo plano, para que la historia gire realmente en torno al deseo de Sara de ir tras un hombre que la controla a su antojo, en una relación suicida y sin amor propio.

Finalmente, Humberto caerá enfermo y en el hospital se desencadenarán una serie de acciones que volverán loco al lector por su rapidez. A veces no conocemos bien a las personas más cercanas, a nuestros padres, a nuestra pareja o a nuestros hijos. Y eso ocurre aquí por partida triple.

La novela incluye algunos diálogos de chat entre Mario y la mujer con la tipografía Courier New en un intento de simular conversaciones a través del móvil. Por otra parte, me gusta ver cómo un autor masculino dirige a una protagonista femenina, o viceversa, como ocurre en este caso. Ha escogido a Sara para narrar la historia desde su punto de vista porque a priori es a la que le ocurren más cosas. A Humberto, no. Y Mario es un personaje interesante, pero el autor se olvida de esa vía para centrarse en la aventura apasionada de Sara y recuperar a Mario al final de la novela, cuando todo explota en un final apoteósico.

La mujer geométrica es un título muy apropiado para esta novela, ya que es un título poético que, además, no desvela nada hasta que la leas, aunque confesaré que es el nombre de un cuadro que Sara ve en la academia de arte donde va en busca de la mujer con la que se relaciona su hijo. En este cuadro aparece una mujer caminando sobre una cuerda floja, algo muy simbólico si lo comparamos con la realidad de la protagonista durante toda la novela. La imagen de cubierta, por su parte, me parece muy simbólica del hecho que inicia esta historia, aunque realmente la trama central es otra. Además, podemos interpretar que lo geométrico representa la rigidez de Sara. Rodri quería limar esa rigidez, esas aristas, para hacerla menos formal y más instintiva.

Independientemente de que me haya gustado o no y de que sea un buen libro o no, he de decir que ha sido uno de los libros más fáciles de leer con los que me he topado últimamente y se me ha hecho muy corto. Engancha, aunque a veces parezca repetitivo por todas las penurias que Rodri le hace pasar a Sara, mientras ella se arrastra tras él sin darse cuenta de que va dejando su dignidad por el camino.

La novela tiene de todo: suplantación de identidad, infidelidad, amor, pasión, sexo y oscurantismo como en la película Eyes Wide Shut, con baile de máscaras incluido. Además, hay un halo de locura que rodea a la protagonista —y al lector con ella— haciéndonos pensar que todo esto no está ocurriendo realmente, que eso no puede ser real, como si estuviéramos en la novela Los renglones torcidos de Dios, de Torcuato Luca de Tena. De hecho, las diferentes vertientes amorosas hacen que la canción de Geometría polisentimental, de Fangoria, encaje aquí a la perfección por la adecuación del título.

Una novela, en definitiva, con ritmo rápido y una historia nada convencional que ha despertado mi odio hacia Rodri y Sara, por la maldad y la estulticia respectivamente. En cierto modo, aquí aprendemos a valorar la rutina y los pequeños detalles del día a día, aunque nos parezcan repetitivos, porque todo puede desmoronarse por querer salir de la zona de confort y una vez fuera darnos cuenta de lo bien que estábamos haciendo lo mismo día tras día. A veces, por salir de ahí y experimentar nos topamos con un mundo raro y cruel. Y cuando te metes en esa espiral turbulenta no hay marcha atrás.

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