La libertad es una ficción que tapa la realidad, que es insoportable. Eso opina el narrador de La puerta de al lado (Editorial Virgulilla, 2022), la segunda parte de Minucias y angustias. Es un ser existencialista y hastiado, como ya vimos en aquella primera novela. En esta, dividida en cuatro partes, J. M. Beiro da protagonismo de nuevo a Iván Weyler, aunque este comparte escena con su robot de compañía, Wendy, y otros personajes no menos singulares como Lina María, Howson o Bilal.
La primera página ya pone sobre aviso al lector del tema de la novela, que es la incomunicación. Esta se nos presenta como una enfermedad, y la soledad, el otro tema relevante, como un síntoma. En la sociedad individualista actual, Weyler tiene un robot de compañía con el que comparte su tiempo y con quien reflexiona acerca de ella.
Por otra parte está Lina María, amante de la lectura, que desaparece sin dejar rastro. Sus vecinos piensan en posibles explicaciones a su ausencia, y siempre acaban sospechando del vecino de al lado. A partir de ahí, la narración se alterna entre Weyler, que pasa los días tan calmado que «fantaseaba con la posibilidad de estar muerto», y Lina María y su entorno, explorando hasta dónde llega la incomunicación en nuestros días. Cada vez nos comunicamos menos aunque las posibilidades son más amplias a priori.
Como en su obra anterior, el autor disecciona al ser humano contemporáneo, en este caso no con respecto al poder, sino consigo mismo y sus semejantes: cómo se relaciona con otros, la soledad que sufre, y también sus deseos en sus diferentes etapas vitales.
La puerta de al lado tiene mucho de absurdo, por ejemplo cuando se dice que un robot réplica de un humano golpea a ese humano mientras recita poemas de Mario Benedetti. Cuando el lector entra en esta sátira social no puede evitar reírse y, a la vez, poner una mueca de terror ante los visos de realidad que irradia.
La tercera parte del libro comienza con la letanía de una gota de lluvia que desciende por la espalda del narrador. Cuando caiga al suelo, la gota desaparecerá, como también desaparecerán con el paso del tiempo esta entrevista, la persona que la escribe y la persona entrevistada y la persona que la lee, sí, tú, lector.
En Nostromo Magazine hemos hablado con J. M. Beiro sobre la angustia existencial, la robótica y su última novela, y este ha sido el resultado.
La premisa de la novela me ha recordado a un capítulo de Black Mirror en que una mujer queda viuda y compra una réplica de su difunto novio a una empresa de robots. ¿En qué te has inspirado para escribirla?
No he tenido ningún referente. Lo que me interesaba, más que la trama, o lo que considero una excusa, es la actitud vital de los personajes, la parte tecnológica que tienen, sobre todo poner sobre la mesa motivos de reflexión de cuestiones que nos afectan íntimamente a todos. Sobre todo si se trata de la creación de una persona, de un ente, a nuestra imagen y semejanza. «¿Con qué finalidad se le crea?» es una de las preguntas. ¿Para qué queremos crear un robot humanoide? ¿No tenemos suficientes humanos de verdad para cumplir esa función o esa finalidad? Por otra parte, quería destacar la actitud vital, tanto la apatía como la actitud que representa al ser humano y las sociedades occidentales ante todo: la barbarie, las circunstancias, incluso ante la belleza… terminamos teniendo una actitud apática. Vivimos en la época de la apatía.
Dices que vivimos en la época de la apatía. ¿Vivimos también en un mundo mecanizado donde hacemos siempre lo mismo? ¿Cómo podemos desmecanizarlo?
Sí, vivimos en la apatía como actitud vital de una persona occidental. Normalizamos y digerimos sin ningún problema ver la miseria, la injusticia, la explotación, la violencia a nuestro lado. Vemos y decidimos no participar y no implicarnos y seguir con nuestras vidas como si no ocurriera nada. Más que mecanización, me parece que la disminución del debate y la capacidad crítica que la sociedad occidental actual ha generado, pero que es una tendencia general, nos conducen hacia la estandarización. Algo que también observamos con la actitud vital occidental es que se polarizan las posturas, los debates se banalizan, desaparecen las zonas grises, se premian las posiciones extremas… Es un problema de importancia social pero de actitud estrictamente individual.
¿Cómo ha sido tejer esa red de personajes diferentes? Weyler por un lado, los robots por otro, Lina María, Bilal…
Quería reflejar todas las posibilidades que ofrecen esos problemas. Una cuestión que me interesa bastante, que ya estaba en la primera novela y que creo que es la clave de todo es el papel de la comunicación y de la compañía, o más bien de la soledad y la incomunicación si lo vemos en términos negativos. Más que el elemento central de la trama es el detonante de todas las situaciones humanas de ficción más o menos próximas. Cada uno de los personajes tiene muchas aristas y muchas posibilidades con diversas vidas. Todo se entremezcla y la forma en que lo presento es una perspectiva, un punto de vista, pero no como son las cosas. Me costó, es complejo. Es una novela corta pero creo que está construida con cierta complejidad.
Detecto una crítica al amor romántico en la descripción de la relación entre Weyler y Wendy por un lado y en la de Lina María y Bilal por otro. No sé si era tu propósito
No era mi propósito, pero me gusta que dé lugar a esa perspectiva y genere esa visión. En esta novela, el amor tiene un papel importante: los amores contenidos, no expresados, no comunicados eficazmente… Quería desatar ese debate. El amor también es una forma de comunicación, como todo. Si no hay una comunicación íntima, no podemos hablar de amor ni de prácticamente nada.
¿Qué crees que define a las personas y las diferencia de los robots? ¿El amor puede ser una de esas diferencias?
No creo que haya algo esencial que diferencie a las personas del grado de imitación que pueda determinar la robótica en el futuro. Ahora mismo sí hay muchísima diferencia: el amor y cualquier tipo de emoción y empatía. Estamos lejos de conseguirlo, pero no es difícil de imaginar. La tecnología aún no tiene ese grado de madurez, no sabemos muy bien por qué existe esa fijación incluso cultural en intentar que el robot sea una imitación absoluta del ser humano a todos los niveles. La diferencia más importante la podemos encontrar en la conciencia. No sabemos con exactitud qué es la conciencia del ser humano. No sabremos cuándo se producirá una singularidad tecnológica que determine que un ser artificialmente creado, no orgánico, adquiera consciencia. No sabemos con exactitud si solo nosotros podemos sentir amor, si alguna otra especie animal puede. Sabemos que tienen emociones… En realidad todo son más preguntas que respuestas, y yo he querido plantearlas. Me parece, como mínimo, angustioso.
Hay un libro (Los inmortales, de Alberto Giuliani) que es un trabajo periodístico donde el autor viaja investigando las distintas formas que se desarrollan en el planeta para evitar la muerte. Uno de los capítulos trata sobre robots. Dice que su integración entre nosotros, los humanos, está cerca. Y que se les da apariencia humana porque así les otorgamos nuestra confianza. Al final siempre confiamos más en aquello que más se parece a nosotros, ¿verdad?
Sí, la robótica plantea desafíos fascinantes… para verlos desde lejos. O para pensar sobre ellos, porque al mismo tiempo son aterradores, como hablabas antes de Black Mirror. Hay multitud de estudios en el tema de las posibilidades, por ejemplo de la IA o de lo que se llama así, que hay mucho de marketing. Son problemas donde se plantean temas como darle una apariencia o interfaz amable a un robot cuando sea de compañía para que cumpla esa finalidad. Quienes los fabrican verán una cuota de mercado para vender este tipo de máquinas. Por otra parte, hay cuestiones que me parecen más fascinantes pero menos populares como cuando hablamos de un robot: ¿dónde está la individualidad? Cuando decimos que es un mismo sistema, ¿es un mismo cuerpo o puede tener diversos objetos materiales esa misma conciencia? Es el debate clásico de la ciencia ficción. Lem en Solaris lo planteaba cuando se buscaba vida alienígena y había un solo ser que habitaba ese planeta. Ni siquiera sabemos nosotros mismos para qué servimos, cómo lo va a saber una máquina.
Hay una pitón que se come a uno de los personajes. Esa pitón en realidad representa al amor frustrado y añorado que devora a ese personaje por dentro y por fuera. El amor devora, y lo que entendemos por amor y que a veces no lo es también.
Es una lectura que no se me había ocurrido. Me alegra mucho que lo plantees. Buscaba el efecto de lo inesperado y de lo extraño. También un poco del absurdo, si es que hay algo que no sea absurdo en este mundo. La imagen de un animal insólito que devora a una persona es perfectamente posible y ya ha ocurrido, es algo que arrebata, que tiende a legitimar la falta de comunicación de la que hablábamos al principio. También hay una reflexión sobre el tiempo y sobre el sueño y el ensueño, el poder de la imaginación y cómo influye sobre nuestras vidas. Lo insólito es un recurso literario que he usado para poner todas esas cuestiones sobre la mesa.
Hace unos meses leí un titular de prensa que pedía que se combatiera la soledad al mismo nivel que la obesidad. ¿Es la soledad la gran enfermedad de la actualidad?
Yo creo que es una de las grandes epidemias del ser humano en la actualidad. Pero una soledad profunda, intensa. El mundo que hemos diseñado es como una especie de laberinto en el que comunicarnos directa e íntimamente con otra persona se convierte en una tarea muy difícil y burocrática. La comunicación se ha burocratizado aunque parezca que se ha simplificado con los medios de comunicación. La gente que busca el amor a través de aplicaciones o la comunicación en redes sociales… todo tiene una limitación. Los debates están muy limitados y la percepción no es la misma, y eso conlleva una soledad íntima. Reivindico, no en la novela, pero sí literariamente, el acto íntimo de comunicación que supone la lectura. Un acto de comunicación profundo con una persona que en otro momento, latitud e incluso otro idioma trató de comunicar algo que comprendes y te llega. Sabe transmitir y no ha hecho falta conocer a esa persona. Las redes sociales no han logrado ese grado de comunicación que generan la literatura, la música, el arte en general. Es una forma de luchar contra la soledad con la que nacemos y la soledad con la que vamos a morir todos.
Jugando con el título, ¿crees que en la puerta de al lado siempre hay alguien para solucionar esa soledad?
Ojalá tuviera la respuesta y ojalá fuera que sí. La puerta de al lado es el sitio más próximo en el que debería haber alguien siempre, pero somos profundamente desconocidos unos de otros, incluso los que están en puertas continuas, y es un poco descorazonador. Quizás es una escritura tristona o nihilista, pero en el fondo subyace la soledad. Más que dar respuestas, quiero plantear situaciones mediante el lenguaje, que es lo principal de la comunicación literaria. El lenguaje es una herramienta maravillosa de comunicación. No conozco otra con la que haya conseguido recibir tanto mediante la lectura, sobre todo cualquier emoción o circunstancia. El lenguaje es la herramienta que nos puede salvar o nos puede hacer reflexionar, que hace falta mucho socialmente: pararnos a pensar sobre todas y cada una de las cosas que decimos y hacemos.
El problema a veces es que apenas conocemos lo que tenemos más cerca, no sabemos nada de nuestros vecinos, y más en una ciudad como la que aparece en la novela, Madrid, donde Ayuso dijo que no podías encontrarte a tu ex
Sí, de hecho la escribí en un piso pequeñito donde viví de Malasaña. El piso tenía unas características muy especiales, una arquitectura difícil, aunque muy entrañable. Da igual que estés en una gran ciudad, rodeado de millones de personas… como hemos visto con el confinamiento, no hemos sabido gestionar, y no lo estamos sabiendo gestionar bien. Las formas de comunicación en los entornos rurales, barriadas, en las que todo el mundo se conoce… ¿hasta qué punto nos conocemos realmente? ¿Hasta qué punto conocemos lo que está pasando la persona que tenemos al lado? Hablamos de la creación de seres humanos mediante la robótica. Cuesta imaginar un escenario donde su finalidad no sea la explotación, la violencia sexual sobre esos seres o simplemente la compañía al no haber sabido gestionar que los propios seres humanos nos hagamos compañía unos a otros. Son más preguntas, y de tipo angustioso.
Por último, y como es habitual en las entrevistas literarias de Nostromo Magazine, Beiro nos recomienda una obra. En este caso nos habla de Aposento, de Miguel Ángel Muñoz. Nos cuenta que no se atrevería a llamarlo «novela», pero es un libro que en ocasiones «es delicioso y muy íntimo y honesto» y que le recuerda a la narrativa de Peter Handke. Plantea una reflexión sobre un suceso real: por qué una mujer, Mercedes Soriano, escritora con cierta relevancia a finales del siglo XX, decidió desaparecer un buen día. El autor intenta seguir la pista de la autora, sus motivos para alejarse, y lo refleja en Aposento.