El ruido de las llaves (Bunker Books, 2024, con traducción al castellano de Mercedes Pacheco) es un libro breve donde Philippe Claudel (Francia, 1962) narra, en primera persona y en pequeños fragmentos, su experiencia como profesor en una prisión francesa. En menos de cien páginas, el escritor galo relata su rutina en la cárcel al mismo tiempo que reflexiona sobre la libertad, la culpa, el arrepentimiento y las instituciones y funcionarios del Estado. Asimismo, lanza una mirada sin juicio sobre las personas que están dentro de la prisión donde él da clase, con algo de humor negro y drama.
Estas anécdotas del narrador se desarrollan en una cárcel de detención preventiva donde hay hombres, mujeres y menores de edad y donde los presos pueden estar semanas o años. Asimismo, hay quien está por robar una scooter y quien está por triple asesinato. Cuando experimenta la realidad de la prisión, el narrador aprende a apreciar la oportunidad de decidir qué hacer en cada momento. Allí, comprende la voluntad de un expresidiario de no recordar su experiencia en la cárcel o la espera eterna de quienes aún siguen dentro: la espera de una carta, de la fecha de un juicio, del paso de las horas…
El narrador reconoce que nunca ha sentido peligro en la cárcel, mientras que en la calle sí. Además, la biblioteca de la prisión es un lugar que se nutre de libros de otras bibliotecas, los restos, por lo que era «el refugio de autores con pocos lectores». Allí, se convoca un concurso de poesía para presos donde no había premio y los relatos, dice, eran melancólicos. Pese a estas iniciativas, el narrador reconoce la prisión como una fábrica que no fabrica nada y que no es igualitaria, pues el pobre sigue siendo pobre y el rico, rico, aunque sí relaciona a personas de diferente estatus. Una cárcel, reconoce, «echa por tierra todas las estadísticas, los estereotipos […]. No hace más que reflejar el mundo».
El ruido de las llaves es un análisis tan breve como interesante del ser humano a partir de cómo entiende la libertad y su carencia, a la que se une la falta de privacidad. Allí, las mentiras son menos graves, dice, que en otra parte porque son necesarias para aguantar. «Para soportar la prisión, es necesario convertirse en otra persona», añade. En uno de los fragmentos, el narrador habla de que se va a construir una nueva prisión en otra parte, ya que en esa donde él da clase van a erigir una estación de tren de la alta velocidad francesa. Se extraña ante la coincidencia, o paradoja, de que se esté construyendo un lugar por donde va a pasar la «velocidad desenfrenada» donde una vez hubo un sitio del «enraizamiento más inmóvil». Pese al ruido que pudieran generar los trenes de alta velocidad a su paso o el ruido atronador del silencio de la prisión, con lo que soñaba el narrador era con el ruido de las llaves, esas que llevaban los funcionarios y que abrían la puerta a la libertad.