De nuestros hermanos heridos (Anagrama, 2023, con traducción al castellano de Álex Gibert) es la ópera prima de Joseph Andras (Francia, 1984) y ganadora del premio Goncourt a la primera novela, un galardón que el autor, por cierto, rechazó. Situada en Argel en 1956, narra el caso de Fernand Ivéton, el único pied noir —francés blanco nacido en Argelia— ejecutado por el Estado francés durante la guerra por la independencia de dicho país africano. Esta novela reconstruye, con ficción, el caso Ivéton, de madre española y padre expósito que recibió su apellido del Estado francés. Ivéton era un obrero comunista que decidió poner una bomba para reivindicar la independencia, sin buscar víctimas. Sin embargo, la bomba es desactivada y este, detenido, torturado y condenado a muerte.
La trama comienza con Fernand escondido en una carretera esperando a que le den las bombas que debe poner. Una de ellas, en la fábrica donde trabaja, pero en un lugar estratégico para que no haya víctimas. Toda la acción se desarrolla rápidamente y las torturas llegan pronto por parte del país que fue la cuna de la Ilustración. Luego, la historia del apresamiento y el juicio de Ivéton se alterna con la de su vida y su pasado. Al mismo tiempo, se describen el ambiente y la atmósfera de la Argelia de entonces, así como la convivencia entre argelinos y europeos y la adaptación de estos últimos.
Ivéton fue una figura que generó división entre los que pensaban que era un héroe y los que creían que era un terrorista. Mientras, el Frente de Liberación Nacional (FLN) se debatía entre reivindicar su figura o no hacerlo. Hay quienes ruegan para que se revoque su condena al presidente de la República francesa de entonces y al ministro de Justicia, François Mitterrand, pero no consiguen nada. Abandonado por los suyos del Partido Comunista y rechazado por los europeos de Argelia, que lo consideraban un traidor, Ivéton solo encontrará apoyo en la memoria posterior.
En esta novela, lo importante no es qué ocurre, sino cómo se desarrollan los hechos y todo lo que el autor aporta, con su prosa casi telegráfica, a la trama. Andras ha superado mis expectativas como lector y ha conseguido trazar un retrato cruel y descarnado de las autoridades y la acción policial contra el protagonista. Estas páginas son una crítica al colonialismo y al Estado francés de la época y algunas de sus acciones, así como un ejemplo del daño que puede hacer la opinión pública. En la guerra de Argelia, había quien defendía que la lucha no era racial, como otros querían hacer pensar, sino que era entre oprimidos y opresores, sin distinción de procedencia. Ivéton participó en esa lucha y fue ejecutado, aunque, como se dice, la sangre se seca antes que la vergüenza y la humillación, «se te mete dentro, bajo la piel, te planta sus granitos de cólera y te arruina generaciones enteras».