Finalista del premio al Mejor Libro del Año en ficción por los Libreros de Madrid no es el único reconocimiento que ha recibido El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes. Su autora, Tatiana Țîbuleac (1978), es una periodista rumana que ya recibió el premio de la Unión de Escritores Moldavos por esta historia tan emotiva acerca de la relación entre una madre y su hijo.
Narrado en primera persona, el libro se nos presenta a través de su narrador-protagonista, Aleksy, que en la actualidad es pintor. Sin embargo, la historia girará en torno a la adolescencia de Aleksy, concretamente en aquel verano que pasó junto a su madre, el último, ya que cuando terminó ella falleció a causa del cáncer que la estaba devorando desde hacía un tiempo.
Aleksy y su madre siempre mantuvieron una mala relación. Él, desde niño, nunca se sintió querido por ella, nunca recibió el trato que, según creía, un hijo debe recibir de su madre. La novela comienza cuando Aleksy sale del instituto y empieza las vacaciones de verano. Su madre le convence para que se vayan unas semanas en verano a un pueblo a convivir y a disfrutar juntos. Él, atónito y escéptico por la actitud de su madre hacia él toda su vida, lo rechaza porque tenía un viaje planeado con unos amigos a Ámsterdam, donde se gastaría el dinero en prostitutas. Sin embargo, su madre lo persuade y las vacaciones se consuman.
En el primer párrafo de la novela, Aleksy denigra a su madre, es uno de los ataques a la figura materna más crueles que he leído en un libro. No es tan duro, pero sí humillante, y es clara muestra de la relación entre ambos. Aleksy es un joven que va al psiquiatra porque sufre a veces ataques de agresividad, se medica ocasionalmente y fuma.
Él mismo nos narra su infancia y su entorno familiar. Su hermana, que según demuestra era lo que más quería en el mundo, falleció unos años atrás, y es un dolor que lleva clavado en el corazón. A su madre la desprecia y de su padre, según dice, “no le queda nada”. Sus padres se divorciaron y su padre ahora tiene otra mujer.
Critica a su madre por su cháchara, su trabajo, su forma de vestir… Y asegura preferir a cualquier otra madre que “zurrara” a sus hijos antes que a la suya. De hecho, su padre se marchó de casa al no soportarlos, y nos dice que no los mató —a Aleksy y a su madre— para no ir a la cárcel, porque lo habría hecho. De hecho, en una pelea infantil, Aleksy destrozó a un niño y lo dejó lisiado de por vida. Esto conllevó que ingresara en un centro de menores. Ante este suceso, su padre dijo que ojalá el lisiado hubiera sido su hijo.
Son múltiples los detalles que los padres dejan caer contra su hijo, y viceversa, aunque Aleksy se muestra en mi opinión muy cauto comparándolo con los ataques que recibe. Solo una cosa destaca de su madre: sus ojos verdes, que según él era “un despropósito malgastarlos en un rostro fermentado como el suyo”.
Tras la muerte de su hermana, Aleksy se queja de que no recibió ni una mirada de su madre, que se encerró en su habitación durante siete meses a pasar el duelo. “La víbora de mi madre”, dice dirigiéndose a ella. De hecho, Aleksy piensa en más de una ocasión en el suicidio antes que tener que soportarla. Sin embargo, esta actitud cambiará radicalmente cuando ella le comunique su enfermedad y se trasladen de vacaciones al pueblo.
Ella le dice que por fin hay algo que la quiere solo a ella —lo cual es bastante triste—. Ella preferirá vivir ese último verano junto a su hijo y aprovechar las últimas semanas antes que alargarlas en un hospital. Empezará a dedicarle toda la atención de la que Aleksy careció en su infancia, pero él a veces la reprende, porque considera que ya es tarde.
Este verano de convivencia, la resolución de las diferencias entre ambos y el fallecimiento de la madre se quedarán por siempre en el recuerdo de un dolido Aleksy que ya ha visto desaparecer a muchas personas importantes de su vida. Primero, el fallecimiento de su hermana, luego su madre, finalmente su abuela. Y su padre, como si estuviera muerto.
Aunque hay algún toque de humor, esta es una historia muy triste en general, embozada en una narración ligera y con saltos en el tiempo donde salen a relucir temas como la pérdida de las figuras paterna y materna. Llena de belleza y de detalles bonitos de la rutina y de la gente común, esta novela se nos presenta en capítulos brevísimos, de tres o cuatro páginas de media, a veces de una única línea. Como único punto negativo, el uso en exceso de frases comparativas espesa algunas partes, aunque no numerosas, de la narración.
“Te he querido, Aleksy, te he querido como he podido”. El lector sufre, como Aleksy, la muerte de su hermana, el amor no recibido de su madre y el rencor hacia su padre. Y el lector sufre, como la madre, su enfermedad y el no haber podido demostrar más amor a un hijo que se lo reclamaba. Así, entre dos tierras y con el corazón encogido, el lector termina esta historia tan triste con ganas de abrazar a los protagonistas y de llamar, impostergablemente, a su madre para decirle que la quiere, y escucharla decir lo mismo.