Escrito por Rubén Fernández Sabariego
El viento helado de la noche comenzó a hacer mella en sus dedos. Las mejillas, de igual forma, comenzaron a enrojecerse. Se estaba cansando de esperar; la paciencia nunca había sido su fuerte. Con la diestra agarró sin titubear un solo segundo su arma.
-Sal de una maldita vez y acabemos con esto-
El cañón de su arma dirigía su mirada entre los matorrales. Solo se movía aquel pasto por la brisa nocturna; con cada ráfaga de aire, el forraje crugía. Pero solo eso.
Aire y hierba.
La respiración de Toro se iba haciendo más pesada con cada segundo que pasaba. Notaba como lo vigilaban entre las sombras.Odiaba convertirse en la presa. Giró lentamente sobre sí mismo, con el cañón cubriéndole y entonces lo vio.
La enorme bestia que cabalgaba hacia él, con unos cuernos curvados y que apuntaban directamente hacia su pecho. Tenía la apariencia de un bisonte, de denso pelaje pardo y musculadas patas.
Pero no era un bisonte normal. El cazador visualizó su cara y sus miedos se confirmaron. Las fauces de aquel bóvido se encontraban abiertas. Una hilera de dientes, afilados como cuchillos rechinaban al chocarse unos contra otros; una baba espesa y densa caía de ellos hacia el suelo. Aquel demonio era un Morphos, la mezcla de un bisonte con un tigre de bengala.
Las almohadillas en sus patas, provenientes del tigre, sustituían a unos cascos ruidosos que golpeaban el suelo. Era un depredador peligroso y silencioso. Jamás se había topado con uno, desde que lo estudió en los libros del Santuario.
Apenas tuvo tiempo de apuntar y dispararle. Una bala atravesó el tupido pelo de la bestia y se incrustó en uno de sus muslos, a pesar de eso continuó la cabalgada.
El golpe fue feroz.
El Morphos asestó una cornada en las costillas del cazador, al que lanzó contra el barrizal. Tal era la fuerza del animal que lo levantó en el aire como si se tratara de una pluma. Un grito de dolor resonó en toda La Cienaga mientras se llevaba una de sus manos embarradas hacia el tórax.
Tenía una costilla partida.
Apenas podía moverse, mucho menos resistir otra embestida. El Morphos volvía a cargar. La pata delantera comenzó a rasgar la superficie del asfalto. La mano de Toro buscaba ansiosa su pistola, pero había caído al asfalto cuando la bestia lo proyectó contra el barro mojado.
Ahí vuelve
Aquel demonio, que doblaba en peso al cazador se lanzó a por él. En un hábil movimiento, Toro consiguió incorporarse lo suficiente para alcanzar con sus manos los cuernos; cuando fuera el momento adecuado para ello. Esperó.
1…
2…
¡¡3!!
Consiguió agarrarlos con sus palmas, y esta vez no salió despedido por el ataque. Quedó elevado en el cielo cuando aquel híbrido levantó el cuello. Sus botas casi rozaban la afilada dentadura, que se abría y cerraba como un cepo para conejos.
Estaba bastante comprometido. No aguantaría mucho tiempo en el aire; el dolor en la costilla se hacía insoportable. Y si decidía soltarse, ese amasijo de puntas de marfil lo devoraría vivo. Quizás ese era su final. El último capítulo de una vida tortuosa y con demasiados sinsabores.
Iba a aflojar sus manos para arrojarse al abismo del Morphos cuando notó que este paró con las sacudidas. El medio bisonte medio tigre cayó al suelo arrastrándolo con el y un charco de sangre quedó flotando encima del barro.
Mientras quitaba la cabeza de la bestia de sus piernas lo pudo ver. Un cuchillo clavado en su espeso pelaje, en la yugular. Un cuchillo de grueso metal pero refinado, en cuya hoja había una inscripción:
‘La luz que nunca se apaga. El fuego entre las tinieblas’
-La luz que nunca se apaga. El fuego que n…-Repitió para sí mismo y entonces lo atestiguó-¡¡CANDELA!!- Gritó, mirando hacia todas partes, tratando de encontrar a la muchacha.
Y allí la vio, sentada en el tejado de una de las cabañas, mientras la luna llena alumbraba su estilosa figura, enfundada en unos pantalones vaqueros ceñidos y un top negro que tapaba sus dotes de mujer.
Toro pudo sentir su risa a pesar de la distancia y el cansancio de la pelea.
-¿Te ibas a dejar caer? ¿De verdad eres el hombre que yo conocí? ¿Al que yo quise un día? – Comenzó a lanzar preguntas como dardos mientras se apartaba la dorada cabellera de la cara.-Mírate cariño. Estás en la mierda.-
-Ni siquieras sabes lo que iba a hacer. Lo tenía todo bajo control –Le reprochó, sacando su orgullo e intentando levantarse lo mejor que podía.
Disimulaba, pero un tsk de dolor se escapó de su boca. Agarró el cuchillo de la joven, por cuyas letras aún goteaba la sangre caliente de la bestia al barro.
-¿Llevas todo el rato ahí?-
-Lo suficiente para ver como el Morphos te ponía contra las cuerdas. Míralo. Solo es un bisonte.
-Lo último que necesito es escuchar como te ríes de mi. Gracias por salvarme, ¿vale? Pero no te había pedido ayuda.-
Toro odiaba que le salvaran, mucho más que se jactaran de ello. Era demasiado orgulloso para aceptarlo.
-Tampoco sabías que estaba aquí- La rubia continuaba sonriendo sarcástica mientras bajaba de un salto del tejado. Sus tenis, negros como la camiseta se mancharon de barro por la suela. – Vamos vamos grandullón, tampoco te pongas así. Sabes que te salvaría una y mil veces más.-
Decía mientras se acercaba a él y le quitaba dulcemente el barro de la mejilla con su pulgar para después depositar un dulce y cálido beso, cerca de la comisura.
-Por cierto, me debes unos zapatos nuevos.- Le susurró al oído.
La mano de Candela fue directa hacia su cuchillo, y limpió la sangre de la hoja con su lengua. Toro clavó sus ojos azules en ella; tenía mil caras, y a cual de ellas más interesante. Era lo que siempre le había fascinado de la rubia, esa mezcla de femme fatale con dulzura de ángel. Podías recibir un beso o un tajo en el cuello en cualquier momento, siempre estaba ese 50% de posibilidades en el aire.
-Tenemos que irnos. Lo que sea que se esconda aquí no tardará en salir tras el alboroto, y yo no estoy en las mejores condiciones para defenderte.-Dijo Toro guasón, con una media sonrisa.
-¿Defenderme? ¿A mí? Ni siquiera puedes defenderte tu solito, bombón.
La muchacha echó el enorme brazo de su ex-compañero por su hombro y ambos comenzaron a andar.
-¿No planearas violarme detrás de un callejón ahora que estoy indefenso,no?
-No sería divertido. Que aburrido si yo sola lo tengo que hacer todo-
Ambos se rieron en una muestra de complicidad, y tras recoger la pistola de Toro ambos marcharon a paso lento hasta donde la joven lo guiara. Sentía un extraño coctel de confianza y desconfianza hacia Candela; siempre lo había sentido. Sin embargo, le había salvado y era la única baza que tenía en ese momento.
-Necesitas una ducha. Hueles como si un Morphos te hubiera pateado tu bonito culo.
-Cállate ya-
Y los dos se perdieron entre la oscuridad del paisaje, rumbo a quien sabe donde.