Los videojuegos de ‘Torrente’: ¿Nos ponemos unos pixelillos?

Hoy hablamos de los mejores videojuegos de la saga Torrente.

Más o menos, desde los tiempos de Star Wars, toda película de acción fantástica exitosa y popular que se precie ha de tener sus productos aparte, para tener contento al público. En la era actual, entre esos productos están, necesaria y obviamente, los videojuegos. Y, en este caso, tras haber comentado cada una de las cinco pelis de “Torrente”, no me podía despedir sin hablar de las aventuras en píxeles que se hicieron del policía español.

Sí, por si aún no lo sabías, Torrente tiene varios videojuegos. De estas “maravillas” (más adelante entenderás el entrecomillado) se encargó la empresa de videojuegos española Virtual Toys que en 2001 sacó para PC “Torrente, el juego”. En esta aventura teníamos veinte capítulos en las que teníamos que hacer varias misiones de la mano del policía. Diez de ellas tenían lugar en un mapa inspirado en las calles de Madrid, y las otras diez, en el encantador entorno de Marbella.

“¡Nove! Por las calles de Madrid y Marbella dice que se puede jugar”, recuerdo que dijo mi padre impactado cuando vio la descripción del juego en el 2004, año en que lo conseguimos gracias a una de esas promociones que salían con el periódico. “Torrente, el juego” nos los presentaban como un GTA a la española, en el que, además, aparecían imágenes del policía en un centro comercial y todo (cuando, evidentemente, por aquellos años, la estética de aquellos sitios era la suficientemente atractiva para ir a llenar el carro en el Pryca y poco más).

Aquí teníamos que hacer misiones inspiradas en las películas, como poner rollitos de primavera bomba en algunos restaurantes chinos, o incluso escoltar al Cuco en una zona  de Madrid, cerrando alcantarillas o zanjas para evitar que se desgraciara (ya que iba maniatado y vendado). Una de las misiones chulas tenían lugar en Marbella. Eran unas cuantas misiones extra, en la que íbamos montados en el Mini del hermano del Cuco y teníamos que ir disparando a varios de los enemigos. Y, si terminábamos con éxito, nos regalaban un arma para la siguiente misión. Por último, había que acabar con Spinelli, el villano de la segunda película, que trataba de huir en helicóptero. No sin antes pasar por su playa privada llena de peligros.

¿Por qué el entrecomillado de varios párrafos atrás? Pues que la expectativa superaba a la realidad. Frente a la idea que nos podíamos hacer de este título, la cosa era que “Torrente, el juego” acababa pareciéndose al clásico «E.T.», de la Atari, en cuanto a la decepción que llegaba a causar… Aunque se pasaba bien manejando a nuestro héroe al ritmo de sus peculiares chistes (con la voz del propio Segura y todo), el realismo en este juego era muy pobre.

Lo peor era su jugabilidad, ya que aparecían francotiradores o lanzadores de bombas por varios sitios que ni veíamos y, entonces, acababan con nosotros. Tener que empezar la misma misión varias veces acababa convirtiéndose en un tedio insoportable -gracias a Dios, había trucos para poder pasárselas-. Te tirabas más tiempo escuchando la versión fúnebre de “Apatrullando la ciudad”, que saltaba cada vez que Torrente moría, que jugando en sí. Y, encima, si matabas a los transeúntes, te restaba puntos de vida. Así que, si lanzabas una granada o un bazocazo, podría costarte también el tener que reiniciar la partida…

Aparecían elementos emblemáticos de Madrid, como la Puerta de Alcalá o la fuente de Cibeles, aunque aleatoriamente, como pasaba con las Torres Kio, que se encontraban en medio de una calle vulgar, vaya. Y en Marbella teníamos como sitios destacados un club náutico, la playa, llena de chicas en bañador, o el famoso arco de “Marbella” en versión del AliExpress. Si te acercabas a los chiringuitos, podías escuchar el mítico “Apatrullando la ciudad”… El personaje incluso se reía de los defectos del propio juego. Recuerdo que, en más de una ocasión, te daban como referencia un hotel en Madrid llamado «Bernarda». «Joé, parece que no hay otro hotel en Madrid, coño», se llegaba a quejar entonces nuestro héroe.

Otra de las misiones que recuerdo era la del “Night Club Malibú”. Esto era un recinto nocturno en el que empezábamos en el aparcamiento y teníamos que atravesar todo el jardín, la pista de baile, el parque, las pistas de tenis y las piscinas, hasta llegar a un complicado laberinto para recuperar un collar robado (como en la película). Misiones así eran imposibles de pasar sin los trucos de inmunidad o, directamente, pasando a otra pantalla, lo que daba ganas de desinstalar el juego.

Sin embargo, hubo algo que salvó a “Torrente, el juego” del fracaso total. Y eso fue su versión para jugar en internet. Buenas horas nos tiramos muchos españoles pegando tiritos en el «Torrente Online», un Counter Strike en versión cañí, en el que teníamos que desactivar bombas en la Plaza de Sevilla o formar una matanza en una estación de metro. También podíamos hacer las típicas misiones de capturar la bandera. Aquí era muy frecuente hacerlo en un mapa de Marbella, en medio de una tormenta por la noche. O en la “Industrial”, una zona llena de pasarelas que parecían estar en medio de la nada y que parecía también que estuviésemos en una especie de película futurística.

En el “Anderguater”, como su nombre nos hace pensar, nos encontrábamos en un oceanario sumergido en el que casi nos perdíamos por los pasillos mientras veíamos tiburones… ¡e incluso a un cadáver sumergido en el agua! Pero uno de mis favoritos era el “Moonlight”, una especie de museo cuya música era muy divertida. Por su parte, el “Loveboat” era un fantástico crucero en el que todos queríamos apoderarnos de la azotea del barco, a modo de atalaya, para matar a los enemigos. La música tipo caribeña tampoco tenía desperdicio, la verdad. Cada mapa tenía una canción y eso acompañaba mucho al juego, las cosas como son…

Luego recuerdo que había otros mapas muy poco populares, como uno del centro de Madrid lleno de escaleras; un almacén (en el que no paraba de pasar un reponedor con su torito) u otro de una ciudad de noche arrasada por una bomba, en la que sonaba un disco rayado todo el rato. O el laberinto del “Night Club Malibú”, que estaba disponible también para hacer las misiones de capturar banderas.

Disfrutaba de lo lindo en verano con esto (por no hablar de la de contactos que se agregaban al Messenger, en una época en la que aún no existía Steam). Debido a la lentitud de la conexión por aquellos años y a lo poco conseguido del juego, algunos hacíamos trampa yendo a la “dimen”, es decir, saliéndonos del escenario del mapa de turno. Podemos decir que el juego tuvo afluencia hasta el 2008, fecha en la que su época de bonanza la espichó. Empezó a llenarse cada vez más de portugueses, por cierto, o brasileños. También se empezó a hacer el “Torrente Online 2”, que, a pesar de sus buenos gráficos, no acabó cuajando entre la multitud… Aunque, según he podido ver, no son pocos los aficionados que recientemente se han vuelto a descargar el primero para echar pachangas entre ellos.

La cosa fue algo mejor tras el estreno de “Torrente 3: El Protector”, película de la que se hizo su videojuego homónimo. Este sí que se fue un GTA en toda regla, y, por lo general, aceptable, la verdad. Disponible para PC y PS2, en esta aventura teníamos la posibilidad de movernos por el centro de Madrid a nuestro antojo. Podíamos visitar los edificios emblemáticos de la capital (Puerta del Sol, La Almudena, El Retiro, el Vicente Calderón o el Bernabeu) y conducir todo tipo de vehículos, incluso hacer misiones de taxista, de mensajero o de pizzero para ganar dinero. Para hacer misiones de limpieza en las calles teníamos un cochecito especial la mar de peculiar.

El juego empezaba en un avión, donde teníamos que lanzar tenedores a los terroristas que iban a bordo y luego, en la bodega, matar al anciano que lleva el último paracaídas. Una vez a salvo, teníamos que superar cuatro niveles, en los que Torrente tenía que hacer diferentes misiones, basadas en la película, tareas de policía, aventuras relacionadas con el sexo, o trabajos para poder ganar unos euros.

En “Torrente 3: El Protector”, teníamos que ir al Calderón a ejercitarnos, teníamos que satisfacer los caprichos de la abuela, o dar a Pepito dinero para gastárselo en el puticlub. Que, por supuesto, también podíamos ir allí nosotros. O a bailiar a la discoteca con el objetivo de ligarnos a alguna de las allí presentes. Las frases poéticas de Torrente al son de la música, como “Quién fuera palomilla p’a bailar entre tus tetillas”, o “¡Cómo huele a pescado fresco!” no tenían desperdicio en este local.

También podíamos inscribirnos en concursos de eructos o de pedos en los bares, o robar bufandas del Real Madrid a los hinchas del equipo. Y, hablando de robar, había que hacer misiones de vigilancia contra los manteros que, en aquellos años, su actividad principal era la de vender música o películas pirata en medio de la calle.

Con todos estos elementos, “Torrente 3” fue un producto medianamente conseguido. Por no hablar de los vídeos, en los que nuestro héroe nos explicaba cada nivel o nos puteaba siempre que perdíamos (a veces le dejaba el recado a Pepito para que nos lo dijera por él). Lo malo era que, en ocasiones, los vídeos no se veían, y lo que era peor, en algunas actividades (por suerte nada determinantes para seguir la aventura), el juego se caía. Lo peor era cuando tratabas de ir a tu casa a guardar la partida y pasaba esto, o a cualquier otro local. Y, cuando pinchabas en ciertas misiones para que te explicasen lo que tenías que hacer, lo mismo. Cabe destacar que el juego se llamaba “Marbella”. Esto se leía cuando, por error, minimizabas el juego y aparecía la pestaña del programa en la barra de tareas.

Otro aspecto era el de la radio en el coche. Inspirado en el clásico juego de Rockstar Games, aquí también podíamos pasar el rato escuchando canciones o entrevistas chorras, pero solo había una emisora, “Radio Gipsy”, que, con el tiempo, resultaba monótona. Pero se entiende cuál era el objetivo básico del juego: poder experimentar lo que se siente al jugar al GTA de la mano del policía más casposo que se ha parido en la historia del cine español. Y, aunque hoy uno no habría tirado el dinero tan pronto en aquello, recuerda aquello con su debida nostalgia, cómo no…

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