Muerte a la memoria

Escrita por Tezer Özlü, 'Las frías noches de la infancia' habla sobre la incomprensión, el desarraigo y el exilio interior.
las frías noches de la infancia

El deseo de huida puede aparecer en cualquier momento de la vida de las personas. La huida del hogar, de la ciudad donde se vive, del lugar de trabajo, del entorno de amistades o la huida de la propia vida. La narradora y protagonista de Las frías noches de la infancia (Errata naturae, 2022, con traducción al castellano de Rafael Carpintero Ortega) vive en diferentes ciudades, como París, Estambul, Berlín o Zúrich. Escapa de una infancia, de las noches frías y oscuras de esta, y al final encuentra espacio en un hospital psiquiátrico.

Esta novela de Tezer Özlü (1942-1986) se publicó originalmente en 1980 y causó polémica. La autora, aunque turca de nacimiento, falleció en Zúrich, Suiza. Cuando era una niña, se fue de su pueblo a Estambul, la gran ciudad. Este cambio la marcó, al igual que el haberse criado en la Turquía musulmana, pero también regida por los principios laicos de Atatürk y a la vez en un colegio de monjas católicas. Entre 1967 y 1972, es ingresada en un hospital psiquiátrico, y el nacimiento de su hija, por suerte, la mantendrá cuerda. Fallece con cuarenta y tres años alejada de su país natal.

La novela comienza con descripciones de su rutina, su familia y el entorno de su hogar. Esto va acompañado por breves reflexiones alrededor de temas como el sentido de la vida o la religión, y así avanza en el relato de su vida. La narradora se pregunta si Dios existe y se convence de que no puede ser así. Sin embargo, dice que la palabra que más veces ha podido pronunciar en su vida su abuela ha sido esa: «Dios». Se lamenta de la rutina disciplinaria y casi marcial a la que fue sometida por parte de su padre, que contrasta con sus ganas de ver mundo y de experimentar, que se vieron mermadas.

Las alegrías de la vida que le llegan a Özlü son solapadas por el diagnóstico maníaco-depresivo que se le hace, por el que se la interna varias veces en hospitales psiquiátricos y se la somete a electroshock. Siente este desencanto desde niña, por su entorno y «por la vida que nos espera y que pretenden que comprendamos». Su barrio sucio y su vida mísera reflejan más la literatura rusa que el cine estadounidense, asegura, y en ellos debe sobrevivir. Sin embargo, no ceja en su pensamiento de que el mundo es otra cosa que va más allá de lo que le han enseñado que es.

Esta novela habla sobre la incomprensión, el desarraigo y el exilio interior. También sobre el amor, cómo vemos a los demás, cómo nos enseñan a amar y a tratar al resto o a soportar la soledad (spoiler: no nos enseñan). A la autora le obsesiona la idea de la muerte y no puede parar de pensar en matarse. También supone una crítica a los hospitales psiquiátricos y a la violencia política, mientras que ensalza los momentos de felicidad. Se trata de una obra basada en hechos reales en la que la narradora expone sus acontecimientos vitales y canaliza las emociones que estos le supusieron.

Las frías noches de la infancia es una de las obras de ficción más descorazonadoras que he leído. El existencialismo agudo de la narradora, pese a lo breve que es la obra, se clava en el cuerpo y en la mente del lector y apenas deja espacio a la fe. Pese a que no me ha parecido una obra espléndida, aprecio la memoria narrativa de la protagonista y eso me parece suficiente para afirmar que me ha gustado. Hay muchos pasajes, aunque tristes, bellísimos, y la escritura es desesperanzada y carente de ilusión, como si ya estuviera todo perdido. El desencanto profundísimo se entrelaza con sus ganas de huida y forman un artefacto explosivo y de denuncia. «Solo me gustaría… irme, irme, irme, irme, irme, siempre», asegura. La narradora es ingresada en un hospital psiquiátrico con veinticuatro años, la edad con la que leo este libro, de ahí parte de mi impresión. Allí, asegura, le arrebatarán las emociones, la sensibilidad, la libertad y su audacia de pensamiento. Dice que vivimos siempre en los recuerdos felices del pasado, pero concluye: «Me gustaría olvidar todo lo que sé de memoria».

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