El pasado 31 de julio se celebraron 100 años del nacimiento de Primo Levi, un superviviente del campo de concentración de Auschwitz que no encontró más motivos para seguir viviendo después de haber superado una tragedia como aquella y, según se cree, se terminó quitando la vida con 67 años.
Primo Levi cuenta en Si esto es un hombre, publicado por Austral y traducido por Pilar Gómez Bedate, sus memorias de Auschwitz.
Levi era un italiano que estudió para ser químico, era lo que él quería, pero el ser deportado a Auschwitz en 1943 por ser judío lo convirtió en escritor, en un narrador punzante y encarnizado, en un superviviente del Holocausto que plasmaría su experiencia sobre papel.
Luchando contra el régimen de Mussolini estaba cuando lo deportaron al campo por culpa de un chivatazo. Y una vez allí sufrió lo indecible, hasta el punto de que al narrarlo en este libro, pese a que los pasajes no son especialmente explícitos ni escabrosos narrativamente hablando, deja clara muestra de lo que el ser humano es capaz de hacerle a otros de su misma especie.
Levi se desnuda ante los lectores y muestra una lista de abalorios de los campos de concentración que nos harían retirar la mirada para no vomitar. Aunque quizá Levi no se desnude, sino que muera, que se rompa en pedazos en este libro y los reconstruya como un puzzle lentamente para que no nos perdamos, para que veamos hasta el más mínimo detalle horrendo y pérfido de la realidad que vivió y que conoce como nadie.
Sin embargo, Levi siempre se ha mostrado reacio a llamar verdugos a los alemanes, siempre haciendo matices y mostrándose crítico con Israel, como otro de sus compatriotas de renombre y también escritor Amos Oz.
Además de que la calidad literaria de este libro es sobresaliente, tiene un ritmo que revuelve las tripas hasta llegar a las náuseas. En un pasaje del libro, Primo Levi narra que un día leyó en el fondo de la escudilla de un compañero del campo la frase Ne pas chercher à comprendre y se le quedó grabada. No trates de comprenderlo, podría traducirse, y esa frase resume a la perfección lo que ocurría allí, pero Levi nunca pierde los papeles durante la narración de los acontecimientos.
De hecho, al final del libro se añade un apéndice de 1976 donde el autor responde a ocho preguntas frecuentes que le hacen sus lectores estudiantes. Ahí, dice que no perdona a los alemanes, pero no siente odio hacia ellos, porque ese ‘ellos’ no tenía rostro ni nombre, era un ser indefinido. Con un tono pausado que asombra y una narración que encoge los órganos, Levi nos guía por una lectura que abre las carnes y nos retuerce las vísceras hasta decir basta.