Escrito por Rubén Pareja Ramírez
Una oferta bastante apetitosa en el Fnac el pasado año me permitió hacerme con el vinilo de Kill’ Em All, el primer disco de Metallica, un referente mundial del trash metal.
Foto: Wikipedia.org
Sí, porque, aunque a uno le guste, no puede negar que, con el paso de los años, la banda estadounidense ha ido cambiando de estilo hasta hacerlo con su personalidad. Las baladas que introducirían en álbumes posteriores quizás no suenen tan atractivas como lo que hay en Kill’ Em All, pero hay que tener en cuenta también que, en la fecha de éste álbum (1983), los integrantes eran unos chavales. Esa inmadurez que se reflejaba en las letras de aquellas canciones fue evolucionando a historias o temas sociales como la eutanasia, las drogas o el alcohol.
Propio en su momento de lo que se llama cultura «underground», la portada de Kill’ Em All ya nos muestra que lo que vamos a escuchar no es nada convencional: un charco de sangre con una mano que deja caer un martillo, con el nombre de la banda y el título del álbum en gigantescas letras (si bien en un principio el álbum se iba a titular Metal up your ass, en cuya portada aparecía una mano que empuña una daga saliendo de un inodoro, que finalmente fue rechazado por la discográfica Megaforce. ¿Qué queremos? Era ya mucho pedir para aquella época…).
La contraportada del disco, por su parte, nos muestra a los cuatro integrantes de la banda en su época más jovial: Kirk Hammett (guitarrista); el fallecido Cliff Burton, que llevaba los bajos; Lars Ulrich (batería) y el vocalista y guitarrista principal, James Hetfield.
En la parte superior aparece una frase que hoy en día forma parte de la historia: «Bang that head that doesn’t bang» (revienta esa cabeza que no revienta), bajo la que reza el nombre de un tal R. Burch. ¿Quién sería el autor de aquella frase? No hay demasiados datos sobre este ilustre personaje, que resulta ser un amigo de los miembros de la banda. En un libreto adjunto al disco, en el que aparecen fotos históricas, así como las letras de todas las canciones, su nombre figura en los créditos como Rich «Banger» Burch. Y, en la web de Metallica, en un artículo del 2015 en la que los miembros acudieron al funeral de Lemmy Kilmister, el que fue vocalista y el padre de Motörhead, se incluye el nombre del susodicho, además de recordarse su mítica frase en el Kill’ Em All.
El contenido del álbum hace más y más satisfactoria su compra a medida que se va escuchando. Hit The Lights nos sumerge en los casi 50 minutos de música, con riffs potentes y muy bien logrados. De hecho, el riff final de Jump In The Fire anima a poner el volumen del tocadiscos al máximo, ante el riesgo de que los vecinos sufran un espasmo (descartado queda, por supuesto, escuchar esta obra maestra por la noche, a menos que vivamos en el campo o que estemos en casa en Nochevieja). También hay temas más serenos, como los míticos The Four Horsemen o Seek And Destroy. Por no hablar de la canción que echa el cierre al repertorio, Metal Militia, que termina con un desfile de soldados acompañado de un sonido de tambores.
Con más de tres millones de copias vendidas en EE.UU, Kill’ Em All ocupa el puesto 35 en el ránking de los 100 mejores álbumes de la historia de la revista Rolling Stone. Se puede decir que es un motivo más que suficiente para que el que aún no haya tenido el placer de escuchar esta leyenda de la historia de la música lo haga ahora. Aunque su estilo es juvenil, puede deleitar tanto a jóvenes como adultos; los primeros incluso podrían acabar escuchándolo en reuniones con amigos, algo que suena utópico hoy en día con el dominio del reggaetón, pero, ¿por qué no?