‘Parásitos’, el triunfo del estilo y del mensaje

Si en algún aspecto de todo el mundo que abarca la palabra CINE peco de no ser aficionado es del periodo de galas, ceremonias y premios de cine concentradas una tras otra a principios de cada año. Ya sean norteamericanas o europeas, promovidas por la prensa, por las academias de cine o por los sindicatos, lo cierto es que no me intereso por ellas más que por acumular títulos a la tradicional lista de “pendientes de ver”. Sin embargo, reconozco haberme contagiado del entusiasmo general de la comunidad cinéfila por el triunfo de ‘Parásitos’ y de Bong Joon-Ho en los Oscars, tanto que fenomenal película no escrita, producida ni rodada en el circuito mainstream hollywoodiense. Ni tan siquiera en Reino Unido o Europa.

Y es que entre creador y obra se han llevado un total de 4 Premios de la Academia estadounidense: Mejor película, director, película internacional y guion original. Que la película coreana sea “mejor” en estos apartados que las de Scorsese o Tarantino, por ejemplo, tan solo responde al patrón inequívoco de la opinión personal e intransferible, y no es mi objetivo aquí aportar la mía (que poco os va a interesar). Lo que “celebro” es el hecho de que se hable y se conozca una película que vino de fuera de los Estados Unidos, que animará seguro al público (a este que escribe el primero), a explorar también las obras que vengan del continente asiático y del país coreano en concreto. Esto no tiene por qué cumplirse, pero por lo pronto la gran mayoría de salas en nuestro país ha reestrenado Parásitos, tanto en versión original como doblada al castellano, lo cual se agradece ya que antes de ser premiada era difícil dar con ella en el cine de tu ciudad (y si la capital te pillaba lejos, imposible). Además, está siendo ofertada en modo de alquiler por plataformas de vídeo bajo demanda en nuestro país como Movistar+ o Filmin, lo cual también es motivo de celebración. 

Con estas, habiendo pasado un tiempo prudencial desde su estreno, y con la calma que confiere el paso inescrutable de unas pocas semanas desde el hype de los Oscars, así como haberla podido revisionar en varias ocasiones, creo que es el momento de hablar de esta jodida maravilla que se ha marcado el bueno de Bong Joon-Ho

Género y trama en ‘Parásitos’

Para empezar a hablar de Parásitos (Parasite en inglés, Gisaengchung, en su versión original), podríamos tratar de descifrar a qué género pertenece, lo cual se presenta de primeras complicado ya que pasamos de la comedia al drama en cada corte, para irrumpir de pronto el thriller con pinceladas de terror en la segunda mitad de la cinta, todo ello en un ambiente propio del realismo social al estilo europeo. Esta mezcla de géneros magistralmente escrita y estructurada por Bong Joon-Ho y Jin Won Han (co-firman del guion) nos estalla en la cabeza y mantiene pegados a la butaca del cine o al sofá de casa de principio a fin las veces que la veamos. 

La trama comienza con la presentación de los personajes principales: una familia proletaria y pobre de cuatro miembros que habita apiñada en un diminuto semisótano con apenas claridad, donde chinches y cucarachas campan a sus anchas, y subsistiendo, en el momento que se nos presenta, de un precario empleo doblando cajas de pizzas para una empresa familiar. La historia avanza al serle ofrecido un empleo al hijo, Ki-woo (Choi Woo-shik) como profesor de clases particulares de inglés a una adolescente de familia adinerada. 

Así, la primera mitad de la cinta transcurre en el intento zafio del hijo por colocar a sus familiares en distintos empleos al servicio de la familia rica, empezando por su hermana Ki-jung (Park So-dam), que se encargará de impartir clases de dibujo y terapia al pequeño Da-song. La comedia negra y satírica empapa el contexto de lucha de clases entre ambas realidades antagónicas. La pillería propia del que se ha de buscar el pan cada día es empleada con maestría por los protagonistas, que llegan a manipular a sus empleadores para que despidan a sus anteriores chófer y asistenta, para colocar en su lugar al padre Ki-taek (Song Kang-ho) y la madre (Lee Sun-kyun), respectivamente. 

Como comentaba, la segunda mitad de la película (que coincide con la segunda hora de metraje) es de una factura muy diferente, aunque igualmente elegante y bella. En este momento de la trama, la anterior asistenta, Moon-gwang (Lee Jung-eun), vuelve a la casa aprovechando que la familia rica ha salido para descubrirse que tiene escondido a su marido en un sótano secreto al que alimentaba a escondidas. Aquí, música, fotografía y travelling de cámara se ponen al servicio del suspense en el descenso al sótano; tono que el director mantendrá cada vez que revisite este nuevo espacio. Destacar también en este punto la maestría del director en el dominio del tempo y pulso de la narración cinematográfica que podemos ejemplificar en el móvil como arma, simulando un botón rojo que haría lanzar un petardo nuclear norcoreano que provocase un estallido fatal. 

Una cascada de sucesos se desarrolla a continuación hasta cerrar la historia en dos tiempos: primeramente, en la matanza acaecida en el cumpleaños de Da-song y la huída del padre Ki-taek; y una segunda, narrada por Ki-woo, a modo de final alternativo conciliador, que resulta verdaderamente patético (en su sentido original, triste, melancólico). 

Composición y encuadre cargado de simbolismo

Es evidente que el simbolismo más presente en la cinta de Bong es el de “arriba-abajo”, que servirá para reflejar las diferencias (desigualdades) de clase entre las dos familias. Ricos y pobres, arriba y abajo, constantemente. Y, por supuesto, el paso de uno a otro

Pero antes de indagar en este aspecto, observemos las dos viviendas, la de la familia rica y la de la familia pobre, que se configuran como personajes independientes de la trama, jugando el mismo papel antagónico que sus habitantes. El semisótano de los Ki (subsuelo; de nuevo la metáfora arriba/abajo), es un espacio reducido, con escasa luz natural y cargada hasta el horror vacui de objetos, suciedad y personajes (luz artificial, pero cálida), llegando a colocar el váter como elemento de mayor altura de la casa. Por contra, la mansión diseñada por un arquitecto famoso goza de espacios amplios, gran claridad (luz natural, pero a la vez fría) limpia y descargada de elementos disruptivos. Líneas rectas y lejanos planos generales ayudan a crear esta sensación de amplitud, pero también de frialdad. 

En este sentido, el sótano/búnker de la mansión mezcla ambos códigos, aunque claramente pertenece al mundo lumpen, ya que ningún miembro de la familia adinerada llega incluso a pisar dicho escenario. Se repetirán aquí los primeros planos en composiciones estrechas y agobiantes, estirándolo hasta la claustrofobia (personajes siempre agachados, ejemplos del W.C.). La fotografía verdosa del búnker recalca la sensación de humedad que también encontramos en casa de los protagonistas. En cuanto a la transición entre posiciones y espacios, Bong Joon-Ho emplea grandes planos generales en los que los protagonistas ascienden, pero sobre todo descienden.

Así, en la escena de la noche lluviosa en que Ki-woo, Ki-taek y Ki-jung huyen desde la mansión a su casa, bajando multitud de escaleras y rampas, simboliza claramente el descenso desde una clase social alta simulada que tuvieron dicha noche, a su realidad material pobre. Otro claro ejemplo es el de la puerta de acceso al sótano en la vivienda del señor Park (Lee Sun-kyun) y su mujer Yeon-kyo (Cho Yeo-jeong), como portal mágico de paso de un mundo a otro.

Lucha de clases y movilidad social

Cuando se habla de lucha de clases en esta película no nos estamos refiriendo a que la familia de Ki-taek se organizase en sóviets para tomar el palacio de invierno y así derrocar el Capitalismo surcoreano (no hay un solo gramo de lucha social en esta película, lo cual no es ni bueno ni malo persé), sino a las relaciones que se dan entre los personajes, a los cuales les atraviesa de arriba abajo su pertenencia a una clase social u otra. Tampoco se hace como metáfora de un enfrentamiento directo entre una familia (una clase) y la otra (su contraria), pues no es esto lo que vemos que en la película, sino algo mucho más amplio, contradictorio e interesante. 

Dos familias, y una tercera (pareja), y dos clases sociales: burguesía (familia adinerada) y proletariado cuasi-lumpen (familia que trabaja al servicio de la burguesía). A partir de aquí, encontramos momentos de subalternidad y parasitaje, pero también de admiración, odio, solidaridad, e incluso de asco.

Volviendo a la dicotomía arriba-abajo, que seguro que algunos espectadores han relacionado con la película del pasado año 2019 US/Nosotros de Jordan Peele, resulta muy impactante cómo aquellos que se encuentran abajo sí dirigen su mirada hacia arriba (ya sea por admiración, por deseo aspiracional o incluso por rabia), pero no así al contrario. Ni el señor Park ni ningún miembro de su familia pierde el menor tiempo en preocuparse por los de abajo, lo cual queda plasmado en el hecho de que desconozcan la existencia de su propio sótano/búnker, e incluso en la escena en que Ki-taek trata de esconderse de la mirada de los dueños de la casa cuando son sorprendidos por estos últimos, pero que no llegan a descubrirlo por el simple hecho de no dirigir siquiera su mirada hacia el suelo. La metáfora es de una fuerza apabullante.  

Minutos antes de esta última escena, tenemos otra en la que los miembros de la familia humilde disfruta de los lujos de la casa, y en la que conversan entre sí. Aquí surgen del diálogo diferentes posiciones entre los miembros de la familia sobre la clase social a la que pertenecen y la que aspiran. Ki-woon y su padre, envidian (o más bien admiran) y desean una vida lujosa, a la vez que se sienten culpables (solidaridad de clase) por aquellos trabajadores a los que han forzado a ser despedidos, e incluso por la familia rica (subalternidad) a la que parasitan. Sin embargo, la madre y la hija, con mucha más conciencia de clase, y del suelo que pisan sus pies, defienden que deben únicamente preocuparse por ellos mismos

Pero la camaradería entre los personajes pobres de la película dura más bien poco, y se limita a los miembros de una misma familia, pues en cuanto ven peligrar su posición de frágil comodidad, tiene lugar una lucha descarnada del último contra el penúltimo entre la familia “parásita” y la otra pareja. 

Como digo, los burgueses no miran hacia abajo, lo cual no quieren decir que no se relacionen con ellos, pero sí lo hace más humillante. Tanto el sr. Park como su esposa Yeon-kyo usan a sus empleados a su antojo, solventando el abuso de su horario o funciones con “aumentos de paga”, como si fuesen verdaderos siervos; pero lo más llamativo es la naturalidad e incluso inocencia con que lo hacen, y es que volvemos a la lógica de no mirar más allá de su interés propio (“hace siglos que no voy en metro”). Sin embargo, sí que hay determinados momentos en que perciben especialmente a sus contrarios, y siempre con connotaciones negativas. Un ejemplo evidente es el del olor de Ki-taek, que el sr. Park como su mujer detectan y repugnan (“ese olor sí se pasa de la raya”). 

Otro elemento que surge en este contexto de disputa es el “rol-playing” o simulación de pertenencia a la clase contraria, que en el caso de los de abajo se expresa como inseguridad (por part de Ki-woon, que no se llega a imaginar a sí mismo perteneciendo a tan selecto club, pero que sí ve que su hermana encaje, por ejemplo), y como fetichismo por parte de los de arriba, como se muestra es la escena de sexo entre los padres de dicha familia (“¿aun conservas esas braguitas baratas? Si te las pones me pondré supercachondo. // ¿De verdad? Pues cómprame drogas”).

¿Quién parasita a quién?

Durante gran parte de la trama, y quizás incluso en un primer visionado completo sin mucho interés por ahondar en el subtexto, es evidente que parecen ser Ki-woon y su familia quienes parasitan a la familia rica, ya que se sirven de su inocencia para conseguir distintos puestos de trabajo a su servicio. De hecho, el propio Ki-taek, agradecido, llega a decir a sus familiares que “si juntamos nuestros cuatro sueldos, la cantidad de dinero que fluye de esa casa a la nuestra es inmensa. Recemos una plegaria de gratitud al gran señor Park”.

Y es posible, como digo, que muchos espectadores se queden únicamente con esta visión superficial del argumento de la película, pero lo cierto que es implícitamente (se va haciendo más explícito conforme avanza la segunda mitad de la cinta) es posible vislumbrar como quien realmente parasita, es decir, emplea a la otra parte para satisfacerse es la familia adinerada, que extorsiona, explota, humilla y vapulea a sus empleados como esclavos. 

Pero si algo tengo más claro con cada visionado es que no podemos tachar de aséptico o imparcial a Bong Joon-Ho. De hecho, pudiendo haberse mantenido en un plano externo en el final de la cinta, donde estalla por los aires el conflicto, toma partido situando al espectador en los ojos de Ki-taek, que rompe en un estallido de rabia y dignidad y mata a su jefe al verlo sentir asco del cadáver del marido de Moon-gwang, el cuál sentía admiración por él (¡respeto!), para coger las llaves de su Mercedes y largarse de allí. Odio y revancha de clase, que culmina con un mensaje tan o más potente, pero delicado en el segundo final, donde, tras hacernos a la idea de que Ki-woon ha logrado el sueño americano de ascenso social hasta poder adquirir la mansión de los ricos y liberar a su padre, nos borra a los espectadores y al protagonista la ilusión de un plumazo, haciendo patente que, como siempre ocurre en la vida real, la movilidad social ascendente no va a producirse.

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