Sonia Herrera Sánchez (Barcelona, 1984) es Doctora en Comunicación Audiovisual y Publicidad en la línea de Estudios audiovisuales desde la perspectiva de género por la Universidad Autònoma de Barcelona. Además, es feminista, investigadora, crítica de cine y televisión, especialista en educomunicación y docente en el Máster en Comunicación y Género de la UAB. Forma parte de la Asociación de mujeres cineastas y medios audiovisuales (CIMA) y la Associació de Dones Periodistes de Catalunya (ADPC), entre otras organizaciones. Hoy charlamos con ella sobre educación mediática y feminista a través del cine.
¿Por qué debemos apostar por el cine como una herramienta educomunicativa?
Es cierto que cada vez se están diversificando más las pantallas, pero el cine sigue sin perder potencia. Cuando llegó la tele por cable o el internet a casa, algunos vaticinaron que el cine iba a perder sentido. El caso es que se sigue haciendo. Incluso Netflix se ha subido al carro y está produciendo películas. Por mucho que ahora este mundo de las series esté eclosionando, el cine sigue manteniendo su capacidad de influencia y su permeabilidad en la sociedad. La gente sigue viendo películas, aunque no vaya al cine. Creo que es una herramienta estupenda para utilizar en el aula en todas las edades. Siempre he pensado que es esencial, incluso en educación no formal para adultos. Yo suelo hacer cinefórums con adultos y es súper interesante trabajar ciertos temas con estos públicos.
¿Se deberían trasladar el cine u otras medidas de educación audiovisual a niveles más básicos de enseñanza?
Yo creo que el cine en el aula es más fácil. Es complicado que todo el alumnado siga una serie durante todo el curso por la cantidad de horas que implicaría. Una película ocupa como mucho un par de sesiones. Se puede utilizar en todas las edades y en educación no formal. Es un recurso genial. Esta mañana en la radio estaban recomendando películas de matemáticos y mencionaban “Una mente maravillosa” (Ron Howard, 2002). Es un buen ejemplo: para explicar cierta teoría no está mal coger una película y hablar de un personaje en concreto. Y, a partir de ahí, desarrollar mucho más el tema, hacer la crítica o decir qué aspectos son erróneos en el planteamiento del film. Al final, la película no es más que el cabo de la madeja del que tirar y hacer que el alumnado piense.
¿Cómo añadimos la perspectiva de género a los procesos de educación mediática?
La perspectiva de género debería ser transversal en todas las disciplinas. En cuanto a la alfabetización mediática o digital, consiste en activar esas míticas gafas violetas. Es como poner una lupa que amplíe esos mandatos de género, esos roles que vemos en el cine y en las series. Es verdad que no es un trabajo grato. Yo tuve la luminosa idea de ponerles “Crepúsculo” (Catherine Hardwicke, 2008) a unos adolescentes y dinamitársela (Risas). Claro, les estás exponiendo esa escena en concreto que igual, en todo su contexto, pasa inadvertida y el mensaje permea y pasa desapercibido, pero que cuando la recortas y la analizas dices “¡Uy! Este discurso o este diálogo me chirría”. Eso es lo que tenemos que hacer la gente que nos dedicamos a la educomunicación: señalar todos esos errores, mentiras y violencias que se reproducen constantemente en los medios de comunicación.
¿De qué manera los relatos de ficción construyen la realidad y perpetúan el machismo en la sociedad?
De muchas maneras. Desde lo cuantitativo, se decía hasta hace nada que el 80% de las películas de Hollywood están protagonizadas por varones. Ese dato nos está diciendo que nosotras nos hemos tenido que identificar obligatoriamente con hombres porque apenas había protagonistas femeninas. Es muy difícil generar modelos de conducta y de vida, en general, para las chicas, si no se nos explica. En los últimos años, sí que han ido apareciendo personajes como la protagonista de “Los juegos del hambre” (Gary Ross, 2012). En el cine de aventuras, todavía escaseamos más. Esa sería una manera de perpetuar los roles de género: no estando, invisibilizándonos. No podemos ser heroínas, no podemos salvar el mundo, nuestras vidas cotidianas tampoco importan, no podemos ser la presidenta de un país… Cuando se estrenó “Figuras Ocultas” (Theodore Melfi, 2017), me pareció muy reveladora. Nadie me habló nunca en mi etapa escolar de esas mujeres negras que habían trabajado en misiones de la NASA. El cine y las series están yendo incluso un paso por delante de los currículos académicos porque sigue habiendo un vacío enorme en lo que nos enseñan del papel de las mujeres en la historia. Hay ciertos biopics que han venido a rellenar esos huecos. Después, no se trata solamente de que haya papeles femeninos, sino también de cómo son esas mujeres. Hace falta que hagamos de todo: que hagamos de malas, que aparezcamos en papeles cotidianos, liderando una crisis mundial… Y no tenemos normalmente esos papeles. Se nos tiene que representar como somos en toda nuestra complejidad y diversidad. Y eso, de momento, está por hacer.
Entonces, ¿puede la ficción desligarse completamente de la realidad teniendo en cuenta su influencia y calado social?
No. Yéndonos al extremo opuesto de la realidad, en la ciencia ficción o en el género fantástico, por ejemplo, hasta “El señor de los anillos” (Peter Jackson, 2001) nos dice mucho sobre la realidad histórica del período de entreguerras que vivió el autor. Se ha escrito mucho sobre la alegoría de esta película con la Primera Guerra Mundial. Me parece difícil desligarlo. Se han hecho análisis filosóficos hasta de “La guerra de las galaxias” (George Lucas, 1977). Es decir, desde muchas disciplinas se pude conectar el cine con la realidad. Lo de “el arte es solo arte” es una excusa que se suele utilizar. Está claro que todo el mundo no es Ken Loach que hace un cine social con una determinada idea de crítica o denuncia. Pero, aunque tu intención como cineasta no sea hacer un cine social o influenciar, estás lanzando un determinado mensaje consciente o inconscientemente. No puedes negar que el cine tiene una influencia en nuestro comportamiento o en nuestros modelos de vida. Solo hay que ver a todas las niñas del mundo cantando las canciones de “Frozen”. No podemos evitar que el cine este ahí y forme parte de nuestras vidas, de ahí la importancia de construir otras narrativas distintas a las que estamos acostumbradas.
¿Cómo podemos enseñar al público a identificar conductas o pretextos machistas en los relatos audiovisuales?
Todavía dependemos muchísimo de la buena voluntad del profesorado que quiere utilizar esas herramientas. La lectura crítica no es algo que se le enseñe al alumnado. Yo me lo encuentro cada día en la universidad. Cuesta mucho que la gente haga análisis y lectura crítica desde su propio bagaje. Hace falta trabajarlo mucho en el aula y en otros espacios, porque es la manera de construir ciudadanía crítica, no solo para el cine, sino para la vida. La ficción audiovisual tiene también un punto perverso y si no tenemos esa mirada crítica, nos vamos tragando mensajes que pueden ser muy peligrosos, como en el caso de la violencia machista. En el documental “Con la pata quebrada” (Diego Galán, 2013), hablan de la historia del cine español y cómo se legitimaban actitudes machistas e incluso violentas. También recuerdo en “El hombre tranquilo” (John Ford, 1952), una escena donde John Wayne está persiguiendo a su mujer y una señora le da una vara para que la domine. Es un clásico, vale. Se nos dice que no podemos leer el cine de hace cincuenta años como el de ahora, pero sí podemos. De esos polvos, estos lodos. Yo estudié Comunicación Audiovisual y no se me habló de ninguna directora de cine más allá de Agnès Varda. Y todas las películas de todos los “señoros” como Hitchcock, que fue un reconocido misógino, se nos mostraban como arte incuestionable. Si en la universidad, que debería ser el templo del análisis y la crítica, no se hace, pues imagina en la calle.
¿Estuvo a la altura la industria española al gran despertar sobre violencia de género de la sociedad?
Yo creo que sí, tampoco podemos pedir pasar del 0 al 100. Es verdad que había carencias. ¿Amenábar perdió la oportunidad de hacer una crítica de la violencia machista en Tesis? Pues probablemente, pero salvemos los muebles. También se hacía una crítica muy fuerte a esa mirada morbosa del espectador y a cómo la violencia se estaba convirtiendo en un producto de consumo audiovisual. En el caso de películas como “Solo mía” (Javier Balaguer, 2001) o “Te doy mis ojos” (Icíar Bollaín, 2003), es verdad que fue todo un despertar. Un despertar de la sociedad española a raíz del asesinato de Ana Orantes que se tradujo en el cine. Siguen siendo películas estupendas, pero es verdad que me cuesta mucho encontrar recursos cinematográficos para trabajar la violencia machista cuando las profesoras me preguntan. Porque me dicen que si les ponen “Te doy mis ojos” a adolescentes, por muy buena que sea y por mucho que puedan empatizar, se acaban creyendo que la violencia machista es solo algo que sucede en matrimonios y a mujeres adultas que huyen de su casa de noche en zapatillas.
Entonces, claro que quedaron cosas pendientes en esas películas, pero es que las seguimos teniendo pendientes como sociedad. No les vamos a quitar el mérito que tuvieron porque tampoco hemos sabido solventar mucho el tema desde entonces.
¿Crees que se debería contar con alguien especializado en el tema en los procesos de guion si se quieren abordar temas tan peliagudos?
Sí. Creo que nunca sobra. Es curioso porque, por ejemplo, cuando hacen Juego de Tronos (2011) me consta que tienen grandes expertos en Edad Media para ser lo más fidedignos en vestuario, escenarios… Entonces, cuando se trabaja con materia sensible como la violencia machista, los feminicidios, los conflictos armados, los abusos sexuales… Son temas que conectan con la vida de mucha gente y es importante ver cómo puedes ayudar con ese relato, porque no se trata de volver a revictimizar una y otra vez a las personas que han vivido esos traumas, que han perdido a alguien o que simplemente se tengan que barrar el visionado de ciertas cosas porque son incapaces de verlas. Eso es muy duro porque, en realidad, lo que estás haciendo es ejercer una nueva violencia sobre mucha gente. Me gusta poner de ejemplo una película que se llama “El secreto de Esma” (Jasmila Zbanic, 2006), que nos habla de la violencia sexual en el conflicto de los Balcanes, pero sin que aparezca una sola imagen retratándola. Habla desde el hoy pero no hay ningún flashback. Es muy conmovedora y funciona igual sin que se muestre violencia directa. El cine y el lenguaje audiovisual tienen recursos innumerables para hacer eso: elipsis, música… Hay muchísimas herramientas que
permiten elaborar relatos distintos y que se pueda contar esa violencia sin necesidad de ejercerla.