Septiembre es el mes más ácido y causante de los mayores conflictos morales con tu yo interno de todo el calendario anual. Produce un sentimiento agridulce que, si bien no responde al significado natural de la palabra, te lleva a que este se pueda volver menos desagradable con el paso del tiempo y la madurez con la que se vea.
Encuentras el punto agrio y desalentador en las etapas más tempranas de tu vida, cuando eres joven, estudiante, un post-púber con la cabeza a la mitad de amueblar, y ves como tu verano va acabando irremediablemente. Salidas nocturnas como si cualquier día fuera sábado y pasar las horas muertas sin pensar en nada, con el único remordimiento de los mundanos problemas de alguien al que le queda mucho por descubrir. Todo llega a su fin cuando septiembre enseña su sonrisa y se va dejando ver por la esquina al final de la calle.
Este sentimiento se revierte con la longevidad, y si bien esta sensación no se convierte en un período dulce, a medida que te vas haciendo mayor el factor de la indiferencia por este fenómeno, tapa el amargor. Bajo un camuflaje de responsabilidades, el verano se va convirtiendo cada año que pasas en esta tierra en una época más, siendo, como decía mi padre: ‘’un tiempo donde hace más calor y en el que cuando te levantas falta más para que el día acabe’’.
Es curioso el hecho de que el disfrutar de una estación dependa de los años que tus piernas llevan aguantando tu cuerpo. Todo en la vida es circunstancial. Prueba incontestable es que la visión que tenemos de algo tan banal como es la posición del sol, sea cambiante durante nuestras vidas, dependiendo de cuántas maletas carguemos a las espaldas en cada preciso instante en el que nos lo planteamos.
Cada persona asocia cada momento con un hecho en su cabeza, y septiembre no iba a ser una excepción. El fin del tiempo de playa, de ferias, fiestas y copas que no paran de salir a tu paso sin que ni siquiera las busques. La vuelta a la estabilidad o a la vida académica, a tener el culo pegado a una silla muchas horas, o en mi caso y en el de otros muchos, la vuelta a la ciudad donde hago vida dejando hasta el próximo verano mi hogar, mi pueblo.
Tras esto, los días se hacen mas cortos, las noches más frías, el viento va arrastrando las primeras hojas otoñales con el hastío de que algo se está muriendo y por supuesto, la monotonía se instaura en tus días sin que puedas hacer nada más que dejar que fluya, acostumbrándote y dejándote arrastrar por ella.
Septiembre es al fin y al cabo como esa relación tóxica que sabes que va a acabar mas pronto que tarde, pero que no estás preparado para asimilar. Duele, lo ves lejano, pero finalmente llega y te deja devastado.
Algo así como la inevitable resaca que sabes que tendrás el día siguiente, la noche que no puedes parar de beber, reír y fumar con tus colegas en el mejor sitio que puedas imaginar o el negocio tradicional que sabes que caerá por la masiva globalización.
Sin embargo, llegando a determinados puntos de nuestra historia, la moneda nos muestra otra de sus caras.
El paso excesivo de los años puede revertir el efecto de indiferencia que sienten los adultos por el fin del verano, volviéndose una consecuencia igual de agria para un anciano que para un joven: septiembre llega.
Para mi abuela el verano siempre es una época de prosperidad y alegría, donde todo el mundo tiene más tiempo para estar con los que quiere. Sus nietos pueden pasar más tiempo con ella, su familia puede viajar más a visitarla con la excusa del buen clima, el cálido sol es el anclaje perfecto para salir a pasear a la calle y en término, todo se convierte en la medicina más eficaz contra la soledad y la nostalgia que mucha gente como ella sufre el resto del año.
Esta es una enfermedad degenerativa transitoria. Se cura cuando estas en el meridiano de tu vida, pero retorna de forma mas agresiva que nunca en tu última etapa. Es el comienzo de una época de frio, melancolía y llamadas de teléfono vacías. El anuncio del descenso en picado hacia un oscuro túnel donde empieza una cuenta regresiva hacia la nada.
Hablamos de generalidades y de presupuestos que obviamente no tienen por qué cumplirse en la totalidad de los casos. Hay un septiembre diferente para cada edad, sexo o condición moral y por supuesto este puede ser lo que tu quieras que sea.
Un recuerdo del pasado que superas viendo las fotos del verano con cuenta gotas, como si de morfina se tratara, sin saber que poco a poco te está matando.
Tu particular enero donde te propongas dejar de fumar, perder peso, echarte novia o cualesquiera de las chorradas que tengas en mente y que sabes que no harás.
Una redención personal contra el mundo el cual te estafó haciéndote creer que ese momento nunca llegaría.
O simplemente, puede ser tu espinita clavada de por vida, cuando te preguntes porque no fuiste a ver a tu abuela/o cuando pudiste, y os ayudasteis a superar mutuamente aquel fatídico septiembre.