La locura inminente

'Cruces. Historia de dos almas' es una obra geométrica y poliédrica que forma un puzle complejo y lleno de recodos.
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Cruces. Historia de dos almas (Duomo, 2025, con traducción al castellano de Marcelo E. Mazzanti) es una obra geométrica y poliédrica que forma un puzle complejo y lleno de recodos. Está dividida en tres partes y Alex Landragin (Francia) da la opción de leerla de forma lineal o bien según el modo de la Baronesa: siguiendo las indicaciones al final de cada capítulo, que hace saltar al lector hacia adelante y hacia atrás. La Baronesa es uno de los personajes principales del libro, aunque de aparición efímera. Se trata de una aristócrata que posee tres manuscritos. Un día, se los entrega a un encuadernador parisino para que trabaje en ellos, con la condición de que no los lea, y poco tiempo después el encuadernador se entera de que la Baronesa ha fallecido. Quizás ha sido asesinada, porque hay quien dice que al cadáver le faltaban los ojos, y quizás quien la ha asesinado vaya buscando esos manuscritos. Así que el encuadernador se propone publicarlos juntos, y este es el resultado.

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Los ojos son el símbolo de los manuscritos, pero también una parte esencial de la historia y la ilustración de cubierta, además de que en estas páginas se ensalza la importancia de la mirada y la observación para captarlo todo. Se trata de una historia de aventuras, amor, fantasía y venganza, con conexiones con la realidad porque el autor también es encuadernador (de segunda generación), porque está dedicado a la Baronesa y porque en el mismo prefacio el narrador dice: «Yo no he escrito este libro. Lo he robado». La primera parte se titula «La educación de un monstruo» y contiene un relato atribuido a Charles Baudelaire, con el toque oscuro propio del poeta. La segunda parte, «Ciudad de fantasmas», es un thriller del París de los años cuarenta narrado por Walter Benjamin. Y la tercera, «Cuentos del albatros», es la autobiografía de una mujer inmortal. Sin embargo, leídos como indica la Baronesa, es decir, saltando de páginas, todo el conjunto cobra un sentido muy diferente (y, en mi opinión, que así lo leí, más interesante).

Si se empieza la historia de la forma de la Baronesa, esta comienza con la frase «Aquí acaba la historia» y con las últimas palabras de Walter Benjamin en una carta. Está ante sus últimas horas antes de morir, desesperado por el avance de los nazis en Europa y acorralado en una cárcel donde observa un cuadro de Franco: «Era un fugitivo en una época en que había sobreabundancia de fugitivos». El médico de la prisión le pregunta sobre qué escribe, y Benjamin responde: «Supongo que, sobre todo, del amor». Y añade: «El sentido común nos dice que las cosas de la Tierra existen solo escasamente y que la verdadera realidad está únicamente en los sueños». Esta escena, que parece un final, es el inicio de una travesía que lleva al lector hacia Montparnasse y el París de Baudelaire y hacia épocas y espacios remotos como los siglos XVIII y XIX en Mauricio o Oaeetee, poblado ficticio que se parece fonéticamente a Haití, país natal de Jean Duval, la amante de Baudelaire, por cierto.

En estas páginas aparecen las cuitas de Walter Benjamin y Charles Baudelaire, narradas por ellos mismos. El escritor alemán ensalza el hecho de enamorarse de las historias, los objetos o las personas: «Estar enamorado es una especie de hipnosis, y, como ir a cualquier hipnotizador, para ser hipnotizado uno ha de desear secretamente que lo hipnoticen, pero tan secretamente que ni siquiera lo sabe. Enamorarse es un acto involuntario de la voluntad». El poeta maldito, por su parte, cuenta una historia en la que reconoce que le es difícil diferenciar entre lo real y lo irreal y asegura ser víctima de la sombra eterna de la locura inminente.

Cruces es una novela experimental, un juego literario que se mueve entre la ficción, el anonimato, la historia (la Segunda Guerra Mundial o los bombardeos de París), la falsificación, la alucinación, la alegoría y las memorias. Sus personajes buscan los encuentros con otros y el entendimiento de la existencia de los demás, así como evitar la muerte, la desaparición o el olvido completos. Además, es una obra sobre el bello arte de contar historias, antes de la imprenta o el cine, y una oda a las leyendas y cuentos de antaño, llenos de marineros, barcos, reencuentros, persecuciones y pasiones. Asimismo, compete al mundo de la bibliofilia y del coleccionismo de libros. La presencia de la naturaleza, la contemplación del lenguaje y la repetición de elementos conectan la historia. Por ejemplo, cuando Walter Benjamin observa a una mujer en un cementerio con un vestido de estampado de hibiscos y en otra historia del pasado se habla de una pareja que se refugia a la sombra de un hibisco; o cuando varios personajes sufren terrores nocturnos.

La narración mezcla la intriga histórica con la fantasía realista y abraza así a muchos lectores. Fluye por sí sola, tan sencilla que atrapa, y gusta ir descubriendo que todo está inextricablemente relacionado con maestría, como una gran obra de ingeniería literaria. Las historias de este libro miran a los ojos al lector y lo hipnotizan hasta adentrarse en su alma y dejarlo a su merced en todo momento. Así nace la importancia de la mirada, de mirarnos a los ojos, pese a la timidez de recibir la mirada del otro o de que el otro sea consciente de nuestra mirada al mismo tiempo que nosotros lo somos de la suya. ¿Cómo seríamos si pudiéramos atesorar los recuerdos de muchas otras vidas? ¿Cuánto sería el peso de esos recuerdos? Quizás sería insoportable cargar con ello, sobre todo si se conservan la furia, la culpa o el anhelo de olvidar de otros. También habría que preguntarse acerca de la ética de adentrarse en otra vida y tomarla y desposeer al otro de lo que le corresponde.

Borges decía que todos los libros son un homenaje a Homero, y este es un claro ejemplo, tan lleno de exilios, de huidas, de penurias y de muerte. Sus personajes parecen Ulises lanzado a la aventura, sin regresar a casa, en este caso porque su objetivo los mueve de un lugar a otro, aparentemente inalcanzable, y se convierte en una odisea numérica. Vemos el tópico del personaje que persigue a otro y cuando llega al lugar donde parece estar, acaba de marcharse, y así constantemente. Siempre pisándole los talones, pero sin encontrarlo nunca. Al final, se convierte en el perseguidor de una leyenda o de un fantasma en lugar de una persona, condenado a que las cosas escapen a su control y a no poder retener a quien quiere. Por sus páginas desfilan todo tipo de personajes, de todas las clases sociales, y se hace un retrato tanto de la bohemia como de la aristocracia. Cruces, como dice un personaje, «es una ficción, pero una ficción que, a su manera, puede significar para algunos la diferencia entre la vida y la muerte» y que deja al lector en el limbo entre ambos mundos.

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