“Canto, bailo, escribo, porque al final así me entiendes”. Así finaliza Chocotetas, el primer single del artista BOYE. Podría ser la perfecta simbiosis de todo lo que alberga este fértil artista multidisciplinar que tiene mucho que decir a través de diferentes formatos y lenguajes y una patente personalidad vibrátil y elocuente.
El artista catalán es actor, creador escénico y musical. Su carrera actoral cuenta con obras destacadas en el ámbito teatral como la adaptación de Anna Maria Ricart de Fuenteovejuna: breve tratado sobre las ovejas domésticas de Lope de Vega o El futur de Helena Tornero. Del mismo modo, predominan a nivel audiovisual sus participaciones en la aclamada serie producida por Movistar+Antidisturbios de Rodrigo Sorogoyen, Mira lo que has hecho de Berto Romero y Hache, la serie de Verónica Fernández producida porNetflix. Desde 2013, estrecha lazos profesionales con el director y coreógrafo italiano Moreno Bernardi, en obras comoLa Nit y de Radionit. Se consolida además en 2019 como artista-residente en el espacio artístico-cultural Lo Spazio, a través de ambiciosos proyectos sobre investigaciones artísticas y prácticas contemporáneas.
La figura de BOYE busca la expansión, la experimentación y desembocar su propia personalidad y huella en una creatividad innegable. En 2018 sale a la luz El Percebeiro y otros relatos sobre la filosofía del no me voy a caer, una obra tremendamente original e introspectiva envuelta en una atmósfera poética singular. En esta pieza, se fusionan aspectos vinculados al teatro, la danza y el performance que confluyen en una totalidad que funciona y cobra vida por sí misma. Y esta totalidad no responde únicamente a un estrato meramente visual, o incluso sensorial; la obra es creada, producida, interpretada y vivida por el propio BOYE. De esta manera, el artista encarna en cuerpo, mente y alma los planteamientos resultantes de la idea que El Percebeiro pretende abarcar: la caída como punto de partida estético y reflexivo. Se trata de una experiencia que invita a despertar en el espectador la consciencia de la fragilidad humana, su propia fragilidad. Se pone en juego la experimentación de los límites de la capacidad humana y su consecuente resistencia. Reduce esta cavilación en torno a la caída, en su sentido físico o metafórico, a través de la figura de los percebeiros. Percebeiros que desafían la fuerza inevitable del mar que intenta sucumbirlos mediante una profunda convicción en sí mismos y su consistencia que los mantiene aferrados, a flote. Entienden, que en la trascendencia de su decisión y su libre elección, dependen su destino y supervivencia.
Por sus movimientos y aspecto físico y anímico, el artista personifica del mismo modo, las imperfecciones que distinguen a la especie humana. Las deformaciones, el halo casi primitivo, remiten al ensalzamiento estético y dinámico de lo que podría entenderse por desperfecto, lo disfuncional. Una puesta en valor de la firmeza, un ahondamiento del discernimiento de nuestra supervivencia y el aferramiento más primitivo a nosotros mismos y a la vida. La caída y la profundización en su posible evitación conectan entre sí y se proyectan como las claves sustanciales propiamente más humanas.
En El Percebeiro, puede denotarse en una primera instancia una de las peculiaridades que podría caracterizar a la personalidad de BOYE y sus obras; la consistencia y potencia de su contenido, conducen a una clara diferenciación dentro del propio formato y lenguaje artísticos que utiliza y en las claves estéticas que se inmersa. Sin embargo, podríamos decir que en esta misma particularidad se encuentran aspectos puramente teatrales o performativos en todo su esplendor. Esta constante paradójica se traduce en la convivencia entre la inmersión del artista en el medio que desempeña y su propia distinción en él por el mismo motivo: el forjamiento de un universo e imagen férreos, auténticos y atípicos.
El Percebeiro se trata de una obra rebosante de una condición muy propia en todos sus sentidos y al mismo tiempo es capaz de proyectar un carácter perceptible e identitario, pese a su complejidad. Es intimista y poético, y al mismo tiempo, cercano y tangible.
Al igual que en sus composiciones musicales, y en definitiva, en todas las creaciones del artista independientemente de su naturaleza, predomina una fuerte fidelidad que guarda sobre sí mismo, sus convicciones y sus consecuentes propuestas artísticas. Todo ello en consonancia con las circunstancias y fenómenos que lo perpetúan, que generan un mundo propio que tiene su punto de partida en la existencia común de la que procede.
Poco tiene que ver la premisa que expone el Percebeiro con El Performer, el personaje que encarna BOYE en el ambicioso proyecto de Ernesto Artillo, Suspiros de España, que tuvo lugar en el Contenedor Cultural de la Universidad de Málaga el pasado diciembre.
El proceso de construcción de los personajes, requería una fusión total entre el personaje y el artista que lo interpretaba. De esta manera, tanto BOYE como el resto del elenco, se tuvieron que someter a una plasmación indivisible de sus propias inquietudes, singularidades y formas de expresión que se condensarían en un personaje hecho a sí mismo. Con un traje de luces y una potente convicción de reconocimiento y reivindicar con certeza el lugar que se merece, BOYE construyó a El Perfomer y El Perfomer es consecuencia de BOYE.
En 2020, el artista irrumpe en esta ocasión en el panorama musical de nuestro país, desarrollando cinco singles acompañados cada uno por su respectivo videoclip. Se trata del proyecto reciente más ambicioso del creador donde se aglutinan estas composiciones bajo el nombre de BOYE, TE QUEREMOS PERO NO ERES NADIE, producidas por Arnau Vallvé, el batería del grupo musical catalán Manel.
No se trata únicamente de un nuevo planteamiento artístico y de un nuevo medio de expresión creativo; el proyecto poliédrico supone la iniciativa definitiva de plasmar toda una actitud vital y una autentica manera de entender la realidad mediante un estilo más que definido, un estilo definido progresivamente por BOYE y que lo reafirma como intérprete y creador musical. El artista interdisciplinar hace uso de todas las posibilidades creadoras a su alcance, por ello sus temas musicales no se limitan únicamente a un formato musical; los videoclips, creados por personalidades como Iván Morales, Álvaro Cervantes o Marçel Borrás, resultan plasmaciones visuales de todo el concepto que puede apostar cualquier tema de BOYE, partiendo de la pluralidad, congruencia y heterogeneidad. De igual manera, cada tema dispondrá de una ilustración proveniente de diferentes colaboradores, afín con la personalidad que se perfila en el trabajo de cada una de sus composiciones.
El EP goza de una riqueza más que considerable, que se aprecia a nivel estético, conceptual y formal. La particularidad de cada uno de los singles que conforman su conjunto ofrece temáticas muy diversas e intencionalidades muy distintas. Este hecho convierte a BOYE en un artista que opta por la pluralidad y la variedad de posibilidades con una firme consciencia sobre sí mismo, lo que pretende decir y la manera de llevarlo a cabo. Desempeña unos ingeniosos mecanismos que pueden variar desde lo cómico, extrovertido y cotidiano, hasta lo más lírico, melancólico e intimista. En todas sus composiciones, observamos cómo construye una pieza más al retablo de sí mismo y al mismo tiempo, como da a conocer su visión y aportación al mundo que le rodea.
Cada uno de estos singles posee su propia estructura interior y una percepción exterior. Pueden contemplarse de manera independiente pero forman parte de algo mucho más grande, lo que lleva a BOYE y su creación a convertirse en todo un concepto.
La heterogeneidad que caracteriza estas composiciones, puede sugerir canciones cuyas melodías que puedan invitar a la contemplación, diversión, reflexión, al baile, a la tristeza, a la añoranza o a la ilusión. En definitiva, a lo más próximo y circundante bajo una mirada profundamente subjetiva y al mismo tiempo colectiva.
En Chocotetas, lo aparentemente banal, lo superfluo, lo ordinario, adquiere otro nivel y otras significaciones. Configura el retrato de una actitud vital ante la realidad que se nos presenta ante nuestros ojos, a través de la mirada de BOYE. Cuenta con metáforas ingeniosas y claves cómplices, humorísticas. Todo ello acompañado de sonidos frescos y actuales, vivaces, que quedan reforzados visualmente por el uso de colores brillantes, ropa de baño, una piscina y una estampa anímica veraniega. La lírica y la ambientación denotan un ingenio audaz y perspicaz, a través de un continuo juego que da cabida a cierta profundidad. Se hace escuchar continuamente y nos cuenta su paso y destreza por el mundo.
Sus reminiscencias a los sonidos más actuales son innegables, pero puede señalarse cierta desvinculación respecto a esta recurrencia, sin salirse radicalmente de las líneas urbanas más marcadas de nuestros días.
En este primer tema ya visualizamos a un BOYE que quiere desprenderse de estereotipos que inundan la escena musical actual, ofreciendo una alternativa estilística bastante distanciada del perfil del intérprete urbano promedio. Lo hemos visto caer y lucirse, y en esta ocasión, BOYE se presenta y se hace notar en el mundo y nos introduce en el suyo propio saltándose a la piscina.
El planteamiento de Un niño difiere notablemente del tema anterior. Se trata de una canción verdaderamente sensorial en todos los estratos posibles. Se caracteriza, y más por su contraste con la vivacidad de Chocotetas, por una gran destreza a nivel lírico, a través de la cual se nos cuenta la historia visual de un niño en una playa. Este halo poético que plantea Un niño, reafirma incluso más que en la anterior ocasión, la separación clara de BOYE respecto la línea hegemónica que siguen los artistas coetáneos en el panorama musical urbano en el que podría circunscribirse. La poética que evoca la historia cantada por el artista, puede resultar cuanto menos dolorosa, pero también enormemente reflexiva; el tema, hace referencia al crudo episodio presenciado mundialmente que se impregnó imborrablemente en la mente del siglo XXI, en la que podía visualizarse el cuerpo sin vida del pequeño Aylan Kurdi en las orillas del Mediterráneo, que es el niño protagónico de la canción.Tras la apariencia en una primera instancia de Un niño, preexiste una subconsciencia que pretende hacer justicia sin condescendencia, y antepone lo que podría ser un páramo de belleza y afabilidad, como una estampa veraniega vacacional infantil, en lo que para otros supone un auténtico escenario espeluznante y mortífero.
Por ello, la lírica de este tema remite a numerosos simbolismos que hacen referencia a la idiosincrasia pura del niño, la arena y el mar y su conjunción. Como no podría ser de otra manera, el videoclip que lo acompaña denota una fidelidad y literalidad a lo que se está narrando, a todo lo que puede habitar en la visión y la esencia de la figura del niño, en contraposición con la ideología que alberga detrás. De nuevo, se observa cómo lo cotidiano adquiere otro nivel en las composiciones de BOYE, a través de escenas en clases de gimnasia, cumpleaños y correteos. La constante de ambivalencia entre el mundo interno y externo del artista alcanza su culmen con la mirada del propio BOYE visualizando con melancolía las escenas que nos presenta el videoclip a través de la misma cámara que las registra.
Quizás el tema más emocionalmente evocador y reflexivo sea Sexo y sopa. La lírica y su retroalimentación sonora, cobra una significación especial y diferente. En esta canción se dispone el lado más crudo de una relación sentimental. Desde las primeras estrofas, el oyente acoge un evidente halo nostálgico y afligido. En este sentido, el videoclip que se corresponde con la canción y su concepto, adquiere una relevancia importante, al igual que los coros que acompañan la voz del cante, en el sentido melódico. El discurso que lleva a cabo el personaje que interpreta Carlota Olcina, no hace más que enfatizar y recobrar el sentido de la composición; con un posible carácter documental, somos testigos del punto de inflexión de la vida de una relación. Una relación en la que entra en juego un conflicto interno y externo individual que a menudo puede sucumbir sus cimientos. En contraposición con la afectividad que se respira en las secuencias de besos, abrazos y amigos, la unión protagónica empieza a desmoronarse. El monólogo alude al autoconocimiento, la honestidad y fidelidad a uno mismo, el dolor por no poder evitar lo inevitable, el amargo despertar de los resquicios de la realidad, el vacío, el transcurso y la evolución de la propia vida. Esta premisa en torno al desapego y la necesidad, se materializa a través de continuas referencias y metáforas líricas cuanto menos sórdidas.
En Mi casa, lo rudimentario es llevado a otro nivel. La vida cotidiana y lo rutinario, lo común y corriente es expuesto como real, como la verdad palpable que el día a día deja entrever. Literalmente BOYE nos introduce en su propio mundo a través de los límites de su casa con un carácter divertido y cómico. En ella lo vemos bailando, de fiesta, haciendo yoga, encuentros con amigos, sus intereses, sus gustos y acontecimientos vivaces. De este pequeño espacio omnipresente que protagoniza el video, vemos cómo se nos abre por el artista en un sentido físico y mental, más íntimo y al mismo tiempo extrovertido, ameno y ocurrente.
El último tema y no menos importante, se titula Nirbunjatis. En él, podemos observar una síntesis de toda la imaginería estética y conceptual que ha desglosado BOYE a lo largo de este recorrido de sus creaciones musicales y audiovisuales, sin privarse por supuesto del atributo que lo independiza de ellas. El trabajo tanto de producción como de composición es más que evidenciado. Una lírica que invita al sumergimiento más complejo del artista, acompañado por supuesto por la respuesta enfática de su videoclip. En él, vemos un viaje interno de pensamientos y consciencia, donde prexiste una preocupación por dejar huella, una reivindicación de su propio impulso y motivos creativos y el eco de un pasado que atormenta. Tanto el videoclip como la canción, se sumergen bajo un entorno inquietante, enardecedor, y profundamente simbólico.
Desde hace varios años, la escena musical española actual se ha visto repercutida por rasgos estilísticos y sonoros que a menudo han recibido la etiqueta de urbano. Estos responden a unos patrones y arquetipos donde prevalece signos de la cultura underground. No puede negarse que estamos en un periodo donde la hibridación, la experimentación y la permeabilidad entre géneros musicales y culturales son más que evidentes.
BOYE no queda exento de la onda expansiva que sacude este fenómeno, pero consigue construir y mantener una identidad artística que en cierta manera lo separa de él. El artista ha sabido situarse y jugar con el lenguaje actual en el que se circunscribe para ofrecer una creación y perspectiva inéditas que escasean dentro del modelo de rapero tradicional y actual. Sus creaciones son capaces de hacernos sentir que somos testigos de su propio proceso de autoconocimiento y reafirmación, y al mismo tiempo, invita a la reflexión del mundo común en el que vivimos y la actitud vital que proyectamos en torno a él.
La idiosincrasia de la mayoría de temas musicales que afloran en torno a la escena urbana española, parte de la magnificencia del dinero, drogas, el poder y los bajos fondos. Aunque BOYE pueda esbozarse sonoramente y en claves de difusión dentro de este universo, y aunque pueda remitir al clásico realce de sí mismo, precisamente el contraste que supone el encarecimiento de la cotidianidad y el ensalzamiento de lo primigenio en claves poéticas y casi lúdicas, le otorgan un temperamento excepcional y destacable.
David Menéndez se ha encargado de la construcción de un personaje bien perfilado, definido y consciente. Se sustenta bajo todo un concepto donde tiene cabida simultáneamente la naturalidad y autenticidad, y donde funciona cualquier tipo de contradicción aparente, pudiendo ser cómplice y próximo, intimista e introspectivo, irónico y melancólico. Todo ello llevado a cabo mediante una destreza lírica y musical más que considerable, y cuyas composiciones se tiñen de una ambientación originalmente propia.
Desde El Percebeiro a Nirbunjatis, confluye un legado de lecciones vitales que pueden materializarse en verdaderas enseñanzas comunes donde tiene lugar la subjetividad del artista. La sensorialidad consustancial que rebosa sus composiciones, se vincula no únicamente a su figura creadora, sino a una auténtica manera de expresión vital. La caída, la infancia, la reafirmación y consciencia de uno mismo, una ruptura sentimental, la tristeza, la confusión. Sus obras podrían funcionar al mismo tiempo como el espejo que refleja los episodios mundanos que sacuden la vida común y al mismo tiempo, la experiencia ligada intrínsecamente a BOYE. Lo reafirman como creador y ser humano y definen sus peculiaridades, lo que integra del mundo y la consciencia de lo que puede plasmar en él. Y aun así, es capaz de configurar todo un universo estético y vívido individual. Realiza un retrato del mundo en el que se circunscribe y en el que inevitablemente se inmersa, y síncronamente, ratifica su propio crecimiento en esta personal apreciación de la existencia, de la que aparentemente todos partimos y queremos formar parte. Pero él, nos da a conocer su posición en ella, su manera de concebirla, jugando con los límites y formatos de la expresión artística.
Todos partimos de la nada. De cero. Efectivamente, no somos nadie. De nadie, y manteniendo esta presencia vital, podemos construirnos. Identificarnos. Definirnos. Denotarnos. Reafirmarnos. De esta manera, BOYE es consciente de que es BOYE y al mismo tiempo, no es nadie.