Imagina que estás en tu dormitorio, vas a la cocina a por algo para comer y cuando vuelves, en apenas unos segundos, hay un anciano mórbido sentado en la silla de tu escritorio. Esa es la situación que se encuentra el personaje de Alexis en El viejo (Bunker Books, 2023) entre partida y partida de videojuegos en su ordenador. El señor respira (con dificultad, pero respira), pero no responde a estímulos, no se mueve, no habla, no come. ¿Qué hace allí? Y sobre todo, ¿qué puede hacer Alexis?
La primera novela de Guillermo Anguera (Barcelona, 1991) está localizada en un piso de estudiantes de Barcelona donde conviven Alexis, un adicto al mundo virtual; Teodoro, que se cree un nuevo mesías; Susana, una mujer agobiada y angustiada por su existencia y su porvenir, y un estudiante de Erasmus que rota con los meses. Los tres compañeros de piso principales tienen sus idas y venidas hasta la aparición del viejo, que les concentra en torno a él para explorarlo como se exploran los problemas, una mancha en la pared o un lunar más grande de la cuenta, en busca de peligro primero y de deshacerse de él después.
El viejo perturba la existencia de los tres jóvenes, que ya estaba maltrecha por los problemas que cada uno acarrea, ya sean la precariedad, la incertidumbre o las carencias. El viejo saca a la luz las preocupaciones de cada uno. Susana se pregunta si vale la pena ser tan productiva porque vive con ansiedad y dudas en su trabajo. Con Alexis nos preguntamos hasta dónde es capaz de llegar la tecnología y su influencia. Por último, Teodoro se desespera porque no consigue atraer adeptos a su religión, que ensalza una vida de placeres. Es un Jesucristo moderno incluso en el aspecto físico: raquítico, con barba y pelo largo, aunque se le está empezando a caer. Su nombre, de hecho, significa «regalo de Dios».
Asimismo, los compañeros chocan en sus ideas en torno al viejo. Susana se aferra a la razón mientras que Teodoro al misticismo y la divinidad. Alexis, mientras tanto, sigue en el mundo virtual. Intentan averiguar quién es sin pensar que el viejo puede ser la representación de ellos. Quien lo descubre es Alexis, que vive enganchado a la red, en la pocilga de su habitación, bajo las normas de la virtualidad y los malos hábitos. Puede ser el reflejo de su yo futuro. También piensan que puede ser un sueño o efecto de las drogas, pero no. A veces la realidad supera a la ficción y no siempre hay una explicación.
El viejo se mueve entre la realidad más mundana y lo fantástico y se adentra en cuestiones como la adicción, la dejadez, la angustia, la indiferencia o la burocracia. El personaje del viejo se erige como un gran hermano, el ojo que todo lo ve, un bulto que estorba el paso y que no funciona ni es útil. Muestra la relación del ser humano con lo desconocido, cómo se enfrenta a él, cómo lo interpreta y cómo define lo bello y lo bueno y sus antónimos. Asimismo, es el reflejo del poder, de los problemas, de la ansiedad, de esos elementos que aparecen de la nada, sin ser llamados, que no necesitan alimento y de los que es difícil deshacerse, obstruyendo la paz.
Esta novela comienza con una premisa que gira en torno al absurdo, como es común en las obras del catálogo de la editorial, pero que guarda en el fondo mensajes, críticas y conexiones con la realidad. Después de acompañar a los tres personajes ante la presencia incómoda del viejo, el final es aterrador. Aunque la vida no tenga un posible sentido, sí tiene orden, y es cuando este orden se rompe cuando aparece la alerta.
Primera pregunta: ¿tienes a un anciano mórbido en tu habitación? Puedes decírmelo, guardaré el secreto
No, no, no. De momento no y espero que no.
Entonces, ¿de dónde sale esta idea?
Esta es una pregunta que me han hecho bastante, imagino que por lo sorpresivo de la idea. Hace años soñé con un personaje un poco estrambótico que va en la línea del anciano y pensé que ahí a lo mejor había una idea, pero no sabía cómo cuadrarla. He convivido muchos años en pisos de estudiantes, y de no tan estudiantes, y al final se me ocurrió qué pasaría si en un piso como ese introduzco un personaje como el que se me ha aparecido en ese sueño, que además es incapaz de comunicarse y de reaccionar ante ningún estímulo. El resto fue jugar con los personajes, que reaccionaran ante una cosa que es del todo sobrenatural, sin ningún sentido y que no tiene atributos mas allá de ser una masa corpórea de doscientos kilos que no se comunica.
¿Crees que el mundo de los sueños puede ser un filón de donde sacar historias?
Sí. Yo tengo una vida onírica bastante especial y soy de los que cree que al final cualquier cosa sirve como material literario aunque no sea como la chispa primera que despierta una idea; luego hay que ir tirando a ver hasta dónde nos lleva. Yo no soñé con la historia de El viejo, pero fue como la chispa que prendió el fuego. Luego, la desarrollé con el tiempo, porque también soy una persona que deja madurar mucho las ideas. Desde que me aparece esta primera chispa hasta que se desarrolla puede pasar perfectamente un año sin escribir absolutamente nada. Y una vez escrito también con las revisiones y los cambios pasa otro año. Me gusta ver la vida y lo que sucede en ella, sueños incluidos, como material literario.
Esta es tu primera novela. ¿Cómo ha sido la experiencia de narrar un suceso a tres bandas manteniendo el equilibrio entre los personajes?
Ha sido difícil. Además, esta novela ha pasado por tres versiones, este es el tercer manuscrito, y no han sido cambios livianos. Del primer manuscrito al tercero han sido cambios de prácticamente la mitad del texto. No fue fácil porque el narrador aunque sea uno omnisciente que va siguiendo a cada uno de los personajes y sabe lo que les pasa, te pone en un apuro a la hora de tratar temas de verosimilitud: cómo puede saber lo que sabe este pero no lo que sabe el otro. Siendo la misma figura del narrador, son tres narradores distintos que corresponden a los tres personajes. Cuando te pasas de la raya y mezclas lo que sabe un narrador con lo que sabe el otro, puede ser complicado. De hecho, esta fue una de las razones que me llevó a modificar sustancialmente el primer manuscrito, cometí un error de verosimilitud.
La novela está localizada en Barcelona, ciudad de la que Teodoro dice que te come y te escupe y Joe Crepúsculo en su canción llamada Barcelona dice «la ciudad que crece pero no desborda». ¿Es una ciudad que te come y te escupe pero también donde puedes encontrar un lugar propio?
Me gusta la ambivalencia de Teodoro porque tiene un discurso muy expansivo y de todas las cosas que dice hay muchas que pueden sonar espirituales en un sentido distorsionado pero luego también tienen un algo de verdad. Barcelona es una gran ciudad, estoy contentísimo de haber vivido en ella, pero es verdad que cada vez nos está echando fuera a la gente que hemos crecido aquí. Sin ir más lejos, hace nada hablaba con un amigo sobre que para mudarse a un piso le pedían cuatro o cinco mil euros. Hay gente que se siente muy atraída por Barcelona porque es capital cultural pero luego lo ponen difícil, sobre todo a los jóvenes. Barcelona desborda, y sobre todo en los últimos años.
Susana trabaja en una editorial. ¿Retratas su ambiente laboral y su actitud ante su trabajo a partir de tu experiencia como editor?
Dicen que en las primeras novelas hay más de autobiografía que en las siguientes. Evidentemente, yo he tenido una experiencia laboral en el sector que ha influenciado bastante a este personaje y sus vivencias. Nunca es exactamente lo mismo, pero sí, todo el tema de editoriales, con libros de autoayuda… por suerte o por desgracia es un tema que conozco bien y me pareció que podía tener algo que decir.
¿Querías representar con el personaje de Susana a una generación de jóvenes que aun trabajando y ascendiendo no encuentra satisfacción ni autorrealización y que padece ansiedad?
Sí, bueno, Susana es editora y dentro de lo que cabe está consiguiendo lo que pretendía: ir escalando. Luego se da cuenta de que no satisface nada esos deseos que creía que tenía, pero esto sucede también en muchos otros sectores. Es difícil encontrar a un joven de mi edad al que le preguntes si está cien por cien satisfecho con su trabajo y te diga que sí, que se despierta cada día con ilusión. Somos una generación muy preparada que ha crecido con la idea de que nuestros estudios nos iban a garantizar cierta estabilidad laboral y nos hemos ido de cabeza al precariado, incluso aquellos que trabajamos en cosas que están cualificadas o que tienen cierto prestigio, como es el sector editorial. Además, súmale el hecho de que Susana está trabajando en un género que detesta, pero siempre tiene un discurso para convencerse: «esto no es lo que me gusta ni lo que me va a catapultar, pero ¿cuándo llega eso que me va a satisfacer?». Creo que es una sensación bastante generalizada.
De hecho, creo que ese darse cuenta de que no van a ninguna parte o la decepción de lo que supone en realidad la vida se refleja en los tres personajes por igual
Sí, sí, totalmente. No es una novela nihilista, pero ninguno de los tres personajes construye edificios demasiado altos. Todos parten desde sus propias miserias y están pendiendo de un hilo preguntándose cómo sobrevivir. En otra entrevista-reseña que me hicieron decían que mis personajes no son los típicos que enamoran en el sentido habitual del término, sino que son personajes que tiran hacia la empatía porque te puedes identificar con ellos al reflejar bastante bien este sentimiento de hoy en día.
Dices que tus personajes no enamoran, ¿quizás porque ponen al lector frente al espejo de sí mismo y porque este puede darse cuenta de que la vida no va por donde quería?
Si lo consigo, contentísimo. No enamoran tampoco porque son unos personajes pintorescos, pero al final todos tienen algo de cada uno. Todos conocemos a alguien que tenga inclinaciones parecidas a las de los tres personajes, no son gente extraordinaria con cosas raras. Quizás lo llevan un poco al extremo, pero son un jugador, un trabajador… gente normal y corriente.
«Cuando todo acabe…», dice un loco en comisaría, y eso mismo repite Alexis. Sabemos que todo es finito, pero ¿realmente todo acaba o hay cosas que nos acompañan el resto de nuestras vidas?
«Cuando todo acabe» es la obsesión de Alexis, al que le van surgiendo una serie de cosas que le fuerzan a plantearse el hecho de que va a tener un final. Hace el paralelismo con los videojuegos, porque estos siempre tienen un final, un sentido. Entonces, él traslada este significado de los mundos virtuales a la vida real, pero es una proyección, porque en la vida real no todo tiene un final y mucho menos un sentido. Al final, es un juego entre lo que es la literatura y lo que es la vida real. En la literatura, todo tiene un sentido proyectado, todo tiene un final, hay un hilo conductor, mientras que en la vida no. Estos personajes tratan de proyectar este sentido, que lo encuentren o no forma parte de su propia miseria.
Hacia el final de la novela, Susana dice que somos las historias que nos contamos. Esa frase la leí en El hombre que se enamoró de la luna, de Tom Spanbauer. ¿El viejo es una novela sobre narrarnos quiénes somos, qué lugar ocupamos en el mundo y la relación con nuestros semejantes?
Es una novela sobre la manera en que entendemos e interpretamos la realidad. Ten en cuenta que el viejo desde que aparece hasta el final de la novela no hace absolutamente nada. No es un personaje prescindible, es casi protagonista, pero no hace nada. Entonces, todos los personajes, a partir de quiénes son, comienzan a articular esta realidad alternativa e intentan proyectar un significado a los hechos. Las historias que cada uno se cuenta a sí mismo es lo que le da sentido a toda la historia. Aunque desde una perspectiva de un nivel superior que podemos tener nosotros como lectores, una perspectiva externa, tampoco tiene sentido. Todo gira en torno a la idea absurda de que no ha pasado nada en toda la novela pero se construye alrededor de este hecho misterioso al cual se atribuye un sentido.
¿Hay una segunda novela ya en marcha?
Tengo ideas, pero todavía tienen que madurar y trabajarse. Quiero centrarme en promocionar bien el libro. Lo empecé a escribir hace cinco o seis años. Precisamente porque vengo del sector editorial y sé lo difícil que es que un libro, sobre todo un autor novel, siga hacia adelante, quiero poner las cartas sobre la mesa y trabajar en la promoción. Pero aquellos a los que nos gusta escribir siempre estamos pensando en qué va a ser lo siguiente.
¿Podrías decirnos algunas recomendaciones literarias de libros que te hayan gustado?
Soy muy lector de novela americana posmoderna, tipo David Foster Wallace o Don DeLillo. Me gustan mucho y están recomendados hasta la saciedad. También soy lector de Faulkner y me dio una época por leer el Ulises y todo lo que rodeaba al Ulises y el monólogo interior. Kafka también me gusta mucho… Soy un lector bastante abierto y leo todo lo que cae en mis manos, pero es verdad que tengo predilección por estos autores que combinan un sentido muy literario con este retrato de la vida contemporánea.
Dices que eres un lector muy abierto. ¿Has leído libros como los que edita Susana?
Los he leído, por obligación la mayoría de las veces. Es un género que no me gusta, pero dentro de todo el contenido que se publica en estos libros siempre hay espacio para un poco de verdad. Tendemos a generarnos barreras cuando escuchamos «autoayuda», por ejemplo, pero incluso en la autoayuda hay un deje de cultura, de verdad, incluso de conocimiento científico, y lo desechamos por el género o la editorial que la publica. Ahí hay un tipo de conocimiento que te puede gustar más o menos, pero está ahí.