La guerra se pierde cuando se gana

'El soldado desafinado' es una novela de ficción que contiene trazos de realidad, como la historia de Anthelme Mangin, conocido como El soldado amnésico, que durante años buscó su verdadera identidad y a su verdadera familia.
el soldado desafinado

El soldado desafinado (Seix Barral, 2024, con traducción al castellano de Lydia Vázquez) recibió el premio de los libreros independientes de Francia. Su autor, Gilles Marchand (Burdeos, 1976), es quizás más conocido por ser el batería de una banda de rock, pero en estas páginas construye una historia de amor en torno a la guerra, y lo hace sin desafinar, como sugiere el título. En ella, el narrador es un veterano que recibe el encargo de investigar el paradero de Émile, un soldado desaparecido en Verdún durante la Primera Guerra Mundial. La trama de esta búsqueda se desarrolla entre los años veinte y treinta y mezcla la violencia con el lirismo y con un relato de amor apasionado pero difícil, pues se desarrolló en mitad de un conflicto, y valiente, porque se erigió como la salvación ante la destrucción del mundo.

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Cuando el narrador luchó en la Gran Guerra, reconoce que se marchó en verano esperando estar de vuelta en otoño, como si todo fuera una simple equivocación o una confusión. Nunca imaginó que el conflicto duraría cuatro años. «A fuerza de contarnos que eran nuestros enemigos, acabamos por creérnoslo». En 1925, recibe una carta donde se le cita en un restaurante para hablar sobre un tema. La mujer que lo hace es la madre de Émile y le encarga la búsqueda de su hijo. Para investigar las huellas de ese soldado, debe volver la vista atrás y buscar testimonios de aquellos que lo conocieron, esquivando las mentiras y los secretos que guardan. Este regreso al pasado será doloroso para el  narrador, pues durante la guerra no solo perdió una mano, sino también el tiempo que podía haber estado junto a su esposa, a la que ahora extraña, y se culpa por ello, por su voluntad de ser útil al conflicto y a no vivir la vida. La Primera Guerra Mundial empezó en 1914, pero para él aún no ha terminado, pues nunca la ha dejado atrás.

Al principio, el narrador habla sobre la pasión y la bravura de los jóvenes idealistas que, como él, participaron en la Gran Guerra, aunque luego no encontraron sentido a aquello que hicieron o a aquello en lo que participaron con tanto fervor. «Cuando la has catado, la guerra se te queda dentro del cuerpo, pegada a la piel. Puedes vomitar, puedes rascarte hasta sangrar, lo que quieras, nunca se irá. Está en ti». El narrador empieza a investigar porque quiere saber qué fue de Émile y porque quiere hacer justicia, pero también porque no puede olvidar la guerra. Además, él, como tantos otros, pensaron que no habría más guerras, sobre todo a partir de hechos como la firma del Pacto Briand-Kellogg, que condenaba las guerras, pero ya se vislumbraba la nueva contienda en el horizonte.

La investigación transcurre entre los años veinte y principios de los treinta, cuando Francia, y en concreto París, han dejado atrás definitivamente la guerra y a los muertos y empiezan a incorporarse las nuevas corrientes artísticas. El país y la capital parecen renovadas mientras el narrador no se siente cómodo ni se identifica con ellas, pues arrastra el dolor de la guerra y de los recuerdos. Él se siente fuera del mundo en el que vive y no pertenece a ningún grupo. Físicamente, tiene un muñón y no se considera una persona corriente con un cuerpo corriente, pero por otro lado aquellos veteranos mutilados que conoce parecen estar en una situación peor que la suya, por lo que tampoco se identifica con ellos. En ese momento, su investigación puede arrojar luz sobre el paradero de Émile. Sin embargo, igual que las lámpades mitológicas, que llevaban antorchas para alumbrar a la diosa Hécate pero que al mismo tiempo podían iluminar la locura, las pesquisas no prometen un camino feliz. «No podíamos añadir lágrimas a la lluvia, nos habríamos hundido».

La humildad del narrador se une a su falta de interés y a su incomprensión hacia el lujo, sobre todo durante la guerra, cuando tantos soldados morían diariamente en las trincheras. Asegura que las bajas fueron difíciles de asimilar, pero también las desapariciones, puesto que unos 250 000 soldados explotaron, quedaron pulverizados o desaparecieron y sus familias no pudieron poner una tumba ni ver sus cuerpos. La guerra también fue una construcción de ciertas instituciones y personas que querían comerciar con ella y con su valor. Por eso el narrador dice: «Cogí un tren y me dirigí a un lindo pueblecito que acababa de inaugurar un lindo monumento a los lindos muertos de la guerra. Proliferaban como las setas. Se trataba de tener el más bonito, el más grande, el que tuviera inscritos más nombres. Oí, incluso, que hubo pueblos que se pegaron por saber a cuál de los dos pertenecían los muertos».

Émile, según consigue averiguar el narrador, fue, además de soldado, un poeta romántico, un artista creativo que luchaba mientras escribía y pensaba siempre en su novia y en su salvación para estar con ella. Cuando las bombas explotan, el silencio que dejan es sobrecogedor, sin saber si tras un obús viene otro, sin saber si se sigue vivo o se está en el más allá, sin saber si, aun vivo, se está solo o si se sigue de una pieza. Para algunos veteranos, ese silencio de la guerra resulta angustioso y por ello optan por pasar el resto de su vida en lugares ruidosos. Émile no era un enfermo de guerra ni un loco, sino una víctima más de la locura que genera la guerra, un enamorado cuyo rastro se perdió y ahora el narrador quiere encontrar, como dice, «a fuerza de remover la mierda de la Gran Guerra durante siete años».

El soldado desafinado es una novela de ficción que contiene trazos de realidad, como la historia de Anthelme Mangin, conocido como El soldado amnésico, que durante años buscó su verdadera identidad y a su verdadera familia. Entre los personajes, cabe destacar el contraste entre el narrador, humilde, y la madre de Émile, una señora rica, obsesiva, tóxica y alejada de la realidad de la guerra, que el narrador conoce bien, con sus consecuencias, como la destrucción total, la soledad que carcome la vida de los soldados y la falta de amor que estos sufren y que deben aceptar. La historia de amor que se narra aquí es la de un sentimiento verdadero, pero también de amor prohibido, ya que entran en juego las clases sociales y el estatus. Hay circunstancias que tratan de separar a los enamorados, como las diferencias económicas y la propia guerra, que rompió tantos sueños y tantos sentimientos sinceros.

La búsqueda del soldado Émile se centra en el territorio de Alsacia, disputado en la Gran Guerra entre Francia y Alemania. Me da la impresión de que el narrador habla de Alsacia con un tono ligeramente nacionalista cuando trata el tema del sentimiento de pertenencia a Francia de quienes allí vivían, que habían sido ocupados y que querían seguir manteniendo su nacionalidad francesa, si no podía ser en los papeles oficiales, al menos sí el corazón y en el idioma, aunque solo pudieran hablarlo en casa. Un personaje, al cruzar la frontera entre Francia y la Alsacia ocupada, exclama que no hay diferencia entre una tierra y otra, que huelen igual. «Aprendimos a mentirnos, a creer que era justo que estuviéramos allí y morir para salvar a la patria», dice el narrador con respecto a su propia historia al reconocer que no solo Francia lo necesitaba, sino también su esposa, y entonces no supo verlo. Además, en estas páginas, el narrador cuenta algunos elementos o escenarios de la guerra, como la presencia de amerindios, que no se suelen tener en cuenta en otras historias, donde lo que priman son las trincheras y los despachos.

El narrador ofrece un tono incisivo de protesta, por ejemplo, cuando clama justicia y cuando defiende a aquellos cargos militares que, ante situaciones sin salida, decidieron replegar sus tropas para salvarles la vida y luego fueron ejecutados, presuntamente, por desertar, sin que tuvieran en cuenta sus razones. También critica la injusticia que se cometió contra algunos heridos leves o soldados con miedo que fueron enviados directamente a la muerte: «Muchos médicos militares habían recibido órdenes. Había que mandar a los impostores al frente. No dejarse engañar. Se necesitaba carne para alimentar las ametralladoras alemanas».

A mediación de la novela, se puede prever el rumbo, pero no es algo que a mí, como lector, me moleste. Como punto negativo, además de eso, destacaría que algunos sucesos son, en mi opinión, demasiado casuales o milagrosos. Pese a todo ello, esta novela se ha convertido en una de mis mejores lecturas del año, si no la mejor, gracias a la historia arrolladora y llena de sentimientos que concentra y que tan bien sabe transmitir. «La guerra se pierde cuando se gana», se dice, y se añade: «Queríamos leones, tuvimos ratas. Queríamos arena, tuvimos barro. Queríamos el paraíso, tuvimos el infierno. Queríamos el amor, tuvimos la muerte». Se trata, en definitiva, de una historia compuesta por un conjunto de personas, como un puzle bien orquestado, que consiguen reconstruir la de otra. Hay un giro tras otro hasta la apoteosis final, que es deslumbrante. Para quien sepa mirar, el título lo desvela todo. Sea como fuere, como se dice: «Sirven para eso, las historias, para hacer la vida mejor».

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