No me gusta ver la radio, si la veo no me susurra, no me implica, ni me conmueve, llamémosle otra forma de hacer televisión, a través de otros medios, pero no radio.
En el época de las pantallas parece que la radio también se tiene que hacer en una, la falta de ideas ha conducido a la impensable necesidad de atiborrar de estímulos el cerebro de nuestras generaciones Millenials y Zetas, en las que me incluyo.
No voy a negar que todo cambia, que la evolución del disfrute audiovisual ha conseguido metas que nos sitúan en un mercado mucho más variado, numeroso, asequible y democrático en definitiva, cosa que celebro, pero la radio es otra cosa.
La radio como mínimo se escucha, la buena se oye con atención, e incluso la excelente se siente, nos quieren vender la escasez creativa, que ha derivado en esta necesidad de ver la radio, como una suerte de transversalidad. Una hibridación de medios poco lograda, que da como resultado programas de televisión estáticos, grabados en un decorado radiofónico, que dejan el poso del “para ser radio no está mal”.
Habiendo también, dicho sea de paso, algunos buenos ejemplos de programas de radio telelvisados que han sabido explotar con eficacia los recursos de ambos medios. Ejemplos, que son la excepción en un panorama “radiotelevisado”, que no aporta nada en su mayoría.
Aunque se empeñen, la radio es el único medio que desde hace décadas no está buscando sus sitio, porque, y a riesgo de ser calificado de purista (cosa que me inquieta,) yo seguiré diciendo eso de que la radio que se ve, no es radio.