Los sueños tristes de este amor extraño

Hablamos de 'El beso de la mujer araña', una novela que nos presenta a dos personajes que están encarcelados en una prisión de Buenos Aires en 1975.
Manuel Puig / Wikipedia

«Querido, vuelvo otra vez a conversar contigo… La noche trae un silencio que me invita a hablarte… Y pienso, si tú también estarás recordando, cariño… los sueños tristes de este amor extraño…». Así dice la letra de Mi carta, un bolero interpretado por Hugo Romaní y que tararea uno de los protagonistas de esta novela.

El pasado 22 de julio se cumplieron treinta años del fallecimiento de Manuel Puig (1932-1990), un autor argentino marginado del boom latinoamericano. Homosexual, apolítico, excluido de generaciones literarias y exento de algunos galardones literarios que se le escaparon por los pelos, Puig escribió algunas obras que han pasado a la posteridad. El beso de la mujer araña (Seix Barral, 2003) es una de ellas.

Dividida en dos partes y subdividida en dieciséis capítulos, esta novela nos presenta a dos personajes que están encarcelados en una prisión de Buenos Aires en 1975: Luis Alberto Molina —homosexual de treinta y siete años acusado de corrupción de menores— y Valentín Arregui —activista político de veintiséis años y marxista contrario a la dictadura que impera en Argentina en ese momento—. Ambos protagonistas comparten historias en mitad de un silencio ensordecedor mientras recuerdan su pasado y sueñan con un futuro diferente y próspero.

EL BESO DE LA MUJER ARAÑA - PUIG MANUEL - Sinopsis del libro, reseñas,  criticas, opiniones - Quelibroleo
‘El beso de la mujer araña’ / Seix Barral

Dialogan para evitar pensar en la soledad y las torturas de la prisión. De hecho, el grueso de la novela son los diálogos entre ambos personajes. Molina es un amante del cine y se encarga de contarle el argumento de aquellas películas que recuerda con más cariño a Valentín para distraerle de los momentos más duros de la cárcel. Con estos simples diálogos, sin presentarnos a los personajes ni los nombres en las primeras páginas, ya nos podemos fabricar una imagen de ellos.

Valentín, que no puede vivir el momento como le dice Molina que haga, defiende que la revolución social es lo más importante. Sufre las torturas que cura con las gasas cargadas de historias que Molina, con su sensibilidad desbordante, le aplica metafóricamente. Mientras recuerda a su amado, Molina le cuenta las películas que recuerda como «si la mente segregara sentimiento para sobrevivir, igual que el estómago segrega juego para digerir», eso le generan las historias a Valentín. Aun así, la tragedia no copa la novela en su totalidad, pues también hay algún toque de humor.

Durante toda la novela hay un tira y afloja entre ambos —por ejemplo, Molina dice que todos los políticos son unos ladrones y Valentín discrepa—, un conjunto de rifirrafes y lloros, a veces se enfadan y otras se ayudan porque solo se tienen a sí mismos: dos hombres lejanos en edad y en intereses en la vida que, sin embargo, compadrean para sobrevivir en mitad de la tragedia que supone una dictadura: miedo, silencio, represión, incomprensión. La dictadura, aunque no se hace palpable, sí se deja traslucir en las conversaciones y algunos hechos.

A Molina lo han condenado a ocho años de prisión, y solo anhela salir para poder asistir a su madre, enferma del corazón. A Valentín, por su parte, lo espera su esposa, que también es afín a la revolución.

Las películas que Molina le cuenta a Valentín son historias que embelesan, los típicos romances del cine en blanco y negro de mediados del siglo XX que aúnan misterio y amor —alguna incluye guerras y nazis, pero no por ello pierde su atractivo—. Qué más da, en realidad, quiénes fueran los buenos y quiénes los malos de esas películas o si salían nazis o ‘maquís’ argentinos. El amor y la atmósfera artística, eso buscaba Molina y esa es la virtud del arte en general. A través de las películas también se nos presentan escenarios de la segunda guerra mundial, la política internacional, la Francia ocupada y la Alemania victoriosa. Muchas de ellas, incluso, apenas son propaganda con forma de película a través de las cuales se vislumbran mensajes políticos.

En una de esas películas que relata Molina, de hecho, la protagonista baja de un tren en su Francia natal, abducida por la ideología nazi —la Francia natal y ella misma— y, dejando mucho que desear, se dice: «En efecto, acostumbrada ya al sol que resplandece en los rostros de la Patria Nacional Socialista, le disgusta ver su Francia así envilecida como está por las contaminaciones raciales. Su Francia le parece innegablemente negrificada y judía».

Molina habla de sí mismo como mujer, asegura que para él el hombre ideal debe ser «lindo, fuerte, pero sin hacer alharaca de fuerza […], que camine seguro […], que hable sin miedo, que sepa lo que quiere, adonde va, sin miedo a nada». Quizás este es un acercamiento a Valentín, con quien llegará a compartir una amistad unida a la supervivencia que ambos anhelan. Los protagonistas comparten sábanas, superan pesadillas, malestares, enfermedades y se acompañaban y ayudan mutuamente. Al final de la primera parte hay un giro sorprendente que desvela las máscaras que existen incluso en las situaciones más vulnerables. Las historias que cuenta Molina se entrelazan con su propia historia y con la de Valentín para hacer sus vidas más soportables.

Las notas a pie de página complementan la narración de la historia y le dan un enfoque más objetivo y profesional sobre la homosexualidad. Estas notas hablan de la homosexualidad —desde un punto de vista científico— no como un problema endocrino y de hormonas como puede creerse: no tiene cura, porque no es una enfermedad. Una teoría que se describe en las notas dice que es una forma de intersexualidad, y otra va más allá y asegura que es algo hereditario. En las notas también se habla de Freud, de la represión que se imponía a aquellos individuos para los que el matrimonio heterosexual no suponía la verdadera vía de felicidad —aunque la sociedad así lo estipulara en tácito acuerdo— y del mito de Edipo. De hecho, para Freud, según las notas, los mitos de Edipo y de Narciso son «componentes del conflicto original que da origen a la homosexualidad».

Al parecer, mientras Freud defendía la «represión parcial» para evitar los impulsos agresivos del hombre, otros autores como Marcuse decían que no hacía falta reprimir, puesto que estos impulsos desaparecen cuando la persona ha satisfecho la libido. Así, Puig va entrelazando la historia de Molina y Valentín al mismo tiempo que la teje con estudios sobre sexualidad, homosexualidad y represión sexual, entre otros temas, para ayudar al lector a entender y enseñarle más sobre ello.

La novela tiene una versión teatral y fue llevada al cine por Héctor Babenco en 1985. Hay que tener en cuenta el contexto político, histórico y social de la fecha de publicación de una novela tan avanzada a su tiempo como esta.

Puig acertó al elegir a dos protagonistas diferentes. Quizás solo el relato de uno de ellos hablando habría estado bien, pero habría perdido esa alternativa que es la voz del otro personaje. Estas historias son relatos tristes de desolación y supervivencia mental gracias a la ficción. Quizás sea el lenguaje meloso o el acento reflejado en los diálogos de los personajes, pero esta es una historia que resulta muy tierna por su ritmo y el compendio de historias dramáticas que abarca.

Autor de otras obras célebres como Boquitas pintadas y La traición de Rita Hayworth, Puig construye una historia dolorosa y punzante. El título de esta obra se explica porque Valentín, casi al final de la novela, le dice a Molina que es como una mujer araña, porque atrapa a los hombres en su red, y le da un beso. «Ojalá pudiera creer que sí, hay veces que uno quisiera creer, que la gente buena tiene una recompensa, pero yo no puedo creer en nada», dice. Puig, igual que sus personajes, siempre creyó.

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