Cuando se hacen promesas de mejora, de creación de cosas superiores, cabe preguntarse: ¿son de verdad cambios a mejor? Y si lo son, ¿mejores para todos? Spofforth, protagonista de Sinsonte (Impedimenta, 2022, con traducción al castellano de Jon Bilbao), había sido diseñado para vivir eternamente y para no olvidar nada, en busca de lo «mejor». Los responsables de tal diseño, sin embargo, no se detuvieron a considerar cómo sería una vida semejante. Spofforth es la máquina perfecta jamás creada, la más fuerte e inteligente, o eso se cree: un androide de duración ilimitada, mientras haya humanos a los que servir. Sin embargo, su programación le impide autodestruirse, y su único deseo es precisamente ese: morir.
Esta obra de Walter Tevis (1928-1984), publicada originalmente en 1980 y nominada al premio de mejor novela de Nébula, expone la historia de una distopía tecnológica de ciencia ficción. Aunque comienza con Spofforth paseando por las calles de una Nueva York decadente, también destacan dos personajes: Bentley y Mary Lou. Él es un hombre que aprende a leer a partir de ver películas mudas, mientras que ella es una mujer huida que vive en el zoológico de Brooklyn. Ambos forman una pareja semejante a Adán y Eva, simbólica porque Mary Lou precisamente coge una fruta de plástico de un árbol y en torno a ella desarrollan su relación.
Estos tres personajes viven en una ciudad y en una época en que la gente ya no sabe leer ni escribir y donde se atiborran de pastillas para vivir en un sopor y tedio eternos. Hay ciudadanos que se queman a lo bonzo ante la imposibilidad de soportar ese letargo, tener que contemplar el inexorable paso del tiempo y ver cómo el aburrimiento se cierne sobre ellos día tras día. Spofforth, por ejemplo, está fabricado a partir de tejido humano, tiene sentimientos y sueña por la noche. Padece una vida ilimitada en la que los recuerdos se almacenan sin poder olvidar nada de lo vivido. Una vida que le ha sido impuesta y en la que debe soportar la angustia existencial y la soledad apabullante que sufre sin poder morir.
Sinsonte es un análisis profundo y emotivo sobre el pensamiento y el comportamiento humanos. Plantea dilemas morales como si los robots tienen sentimientos o deseos como el de su propia autodestrucción y, siendo así, si tendrían capacidad de autodeterminación. La parte de Spofforth, por ejemplo, está narrada en tercera persona, mientras que la de Bentley está en primera, lo que provoca que el robot no solo no controle su vida, su muerte y sus instintos, sino que tampoco tenga voz propia para contar su historia.
La sociedad de Sinsonte está condicionada por estrictas normas, aunque disfrazadas y maquilladas en favor del bienestar de los ciudadanos. Estos se toman el sopor, una pastilla que calma la ira y relaja instantáneamente, y así como el valium, que también sirve como inhibidor de fertilidad. En un mundo hipnotizado y narcotizado, Bentley y Mary Lou son los únicos lúcidos, los que eligen pensar y padecer por encima de la falsa felicidad, y por eso intentan reconducir la situación del mundo.
Se trata de una odisea homérica distópica donde las personas están cansadas de vivir y donde no hay niños ni jóvenes. Donde ver a hombres y mujeres reír y tratarse de manera amistosa es algo inédito. Al final de la obra, se aprecia una evolución de los tres protagonistas hacia un comportamiento más humano y más alejado de esa sociedad robotizada y monótona. Resulta algo molesto que en la mayoría de diálogos, aunque sean breves, el autor incluya acotaciones que, en mi opinión, son prescindibles. Sin embargo, la novela en su conjunto es una gran obra de ingeniería literaria que nos pone frente a nuestros instintos y nos responsabiliza del futuro.
En esta novela se tratan temas como la soledad porque, pese a todo lo que hay en el mundo, es el sentimiento que envuelve a Spofforth (máquina) y a Bentley (humano). También hay una profunda reflexión acerca de la religión y de cómo entendemos la figura de Dios, si como alguien magnánimo y cruel o no muy restrictivo. Se expone una crítica a la tendencia actual social hacia la ignorancia y a dejarse llevar por placeres baratos y rápidos a cambio de convertirse en una ameba y de no estimular la inteligencia. Asimismo, hay una crítica a la sociedad idiotizada.
Trevis presenta un mundo en el que todo lo que conocemos ahora no existe y sí lo hacen cosas que ahora mismo no podemos llegar a imaginar. Por tanto, enfrenta al lector a una realidad futurible en la que encontramos elementos desconocidos como la ausencia del concepto de familia. Una obra que también habla sobre el legado que podemos dejar al futuro a través del arte y de los productos artísticos y culturales, pues es una forma de comprender mejor el pasado y cómo somos. Igualmente, se exalta el arte como canal para reconocernos en lo que otros, antaño, pensaron y sintieron, y así no sentirnos solos en el mundo.