Primero hay que conseguir lo que se quiere y entonces se sabrá por qué se quería y si está bien quererlo y haberlo conseguido. Eso piensa Eve, la protagonista de Los favores (Reservoir Books, 2022, con traducción al castellano de Montse Meneses Vilar). Ella está en la treintena y tiene novia, pero también miedo de estar malgastando su juventud con una sola persona. A través de las imágenes que cuelga en internet, conoce a Olivia y a su pareja, Nathan. A partir de entonces, se introduce en una espiral de deslices perturbadora y adictiva gracias a la cual conoce las profundidades del sexo.
Esta es la primera novela de Lillian Fishman (Estados Unidos, 1994). Narrada en primera persona, habla sobre la atracción y conexiones humanas y el voyeurismo. En las primeras páginas, Eve reconoce no saber cuál es el propósito de su vida, pero sí el de su cuerpo, que no es tanto follar como sí ser follada. Las imágenes que se hace del mismo y que comparte a veces le parecen absurdas, pero piensa que merece compartir su cuerpo con otros y que no caiga en desuso.
Eve expresa la complejidad de entender los propios sentimientos y si se experimenta deseo, atracción, amor… Además, se percibe el crecimiento y desarrollo de la protagonista como persona queer que debe aprender a desenvolverse sentimental y sexualmente de forma diferente a los heteros. Este descubrimiento de lo queer supone una conciencia ética y una exploración de la propia identidad. Por otro lado, reflexiona sobre lo presuntuoso que puede ser imaginar lo que a otros conviene cuando tampoco los otros saben qué queremos nosotros y cuáles son nuestros objetivos.
En Los favores se muestra lo complejas y extrañas que son las relaciones humanas, sentimentales o no. Se trata de una reflexión sobre cómo nos educan para mostrarnos ante otros cuerpos y de qué tenemos que desprendernos para hacerlo. Pone el foco en los dilemas interiores de la narradora, aquellos que intenta desterrar mientras comparte su cuerpo con otros o, como diría James Salter citado por ella, cuando se hunde una barra de hierro en el agua, como imagen alegórica del coito. También habla acerca del paso del tiempo, en quién quiere convertirse, cómo va a evolucionar su cuerpo o cómo va a envejecer.
Entretanto, Eve pasa el tiempo en la estación de tren viendo cómo estos pasan y cómo la gente aparece y desaparece de su interior. Esto simboliza los trenes que a veces dejamos pasar, que decidimos no coger o en los que nos montamos en el último momento, determinando así nuestros siguientes pasos en el futuro. Al dilema de dejar pasar el tren o no se une la meditación que hace sobre cómo entendemos las relaciones de pareja en la actualidad, así como la monogamia, qué nivel de sentimiento es necesario para poder asegurarte de que puedes dejar tu relación actual o las normas que se establecen (como un contrato) dentro de ella.
Esta novela explora una zona delicada y tabú de cada uno de nosotros como el deseo. Por momentos, lo hace en círculo, no avanza, sino que se entretiene en detalles, descripciones y, sobre todo, sensaciones. Quizás por esa narración en círculo y el poco progreso la lectura pierde cierto interés y decepciona un poco. Al final, la narradora dice que era reconfortante decir que amaba aquello que Nathan le proporcionaba y se pregunta si no es esa, al fin y al cabo, la naturaleza de todo amor: la gratitud por cómo nos hacen sentir.