‘Veneno’, o cómo nos negaron la mirada

La nueva serie de los Javis nos transporta a la España de los años 90 en este adictivo primer episodio que deja con ganas de mucho más.

Las mentes teóricas, ególatras y horriblemente herméticas han dictado desde siempre el espacio y los límites de la cultura. La única, inamovible y verdadera cultura. La de Picasso y Neruda. La que se eleva por encima de nuestras cabelleras a esferas estratosféricas. La de ellos. La de los hombres erguidos. 

“La objetividad es el nombre que se da en la sociedad patriarcal a la subjetividad masculina”, afirmó siempre la activista lesbofeminista Adrienne Rich. No solo nos obligaron a construir todo un imaginario colectivo donde la única figura de referencia que teníamos era un hombre, sino que también nos negaron la validez de nuestra propia mirada. No podíamos ver nada con otros ojos que no fueran los de ellos. Ni oír ni sentir nada que no viniera desde sus sentidos peludos y varoniles. El daño que nos ha causado la historia única ha mermado nuestra autoestima y autopercepción hasta niveles puede que ya irreparables, pero si por algo nos caracterizamos las olvidadas es por haber sabido sobrevivir.

Lo que no sabemos es si esta es la historia que le hubiera gustado contar a Cristina, aunque tampoco estamos seguras de si la hubieran dejado contarla. Lo que sí podemos intuir es que, como con buen acierto advierten sus creadores, hay algo profundamente verdadero en ella y eso ya es más que suficiente para ponerla sobre la mesa. Esto es lo que ocurre con todo lo que va con retraso, que no podemos esperar nada impecable ni irreprochable porque nuestras historias tampoco son las más buenas ni las más justas ni las más nobles, pero nos deben que eso lo descubramos por nosotras mismas.

En cualquier caso, los ‘Javis’ han cumplido otro ejercicio magistral comprendiendo una vez más que, debajo de las superficies más estrambóticas, grotescas, frívolas y mal habladas, existe otro mundo donde los personajes dejan de serlo para enseñarnos mucho más de lo que nos permitieron aprender en su día.

Veneno es una defensa férrea de la historia de los otros, la de los invisibles, la de los marginados, la de los que nadie prestó atención ni cariño. Un testamento valiente que deja constancia de que las miradas jamás formarán parte de un monopolio opresor y déspota. La evidencia última que prueba que los referentes del pueblo son suyos para criticarlos o venerarlos y de nadie más y que, se pongan como se pongan, su calado siempre será mucho más hondo y punzante que los impuestos desde los escalones paternalistas y clasistas. Veneno es el manifiesto cañí que reivindica alto y claro que el miramiento de la gente llana siempre ha sido y será más largo y profundo que el de los eruditos.

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